Este mes hará tres años que fuimos de
vacaciones a Cádiz. Tenemos un recuerdo maravilloso de aquellos días. La luz
(qué fotos increíbles), la frescura del verano –nada que ver con el sofoco de
Sevilla-, el mar, la comida, los paseos nocturnos, la plaza del mercado... una
maravilla. El colofón fue que pasáramos por Sevilla y conociéramos a algunos
amigos conocidos del desaparecido blog de Antonio M. Molina. Comimos en una
taberna como las que sólo hay en Sevilla. Y qué raciones. Todo esto para decir
que allí mismo, en Casa Morales, me
regaló Sap un libro al que por fin le tocó el turno de ser leído: Mariquita
León, de un tal José Nogales. El tipo no fue más famoso porque se murió pronto.
Pero tenía un estilo estupendo y pudo haberse codeado con lo mejor de los
columnistas de entonces, finales del XIX y principios del XX. Tuvo también una
vida aventurera pero lo malo es que, como se ha dicho, murió demasiado joven. Como dice Ángel Manuel Rodríguez Castillo en
el prólogo, hay una calle dedicada a él en Huelva. El caso es que es una buena
novela, rústica, que habla del campo de entonces, con su atraso, sus caciques,
con el cura, el médico, la gobernanta y la muerte rondando por todos lados.
Está editada en la Biblioteca de la Cultura
Andaluza y no cabe duda que en el futuro los estudiosos, los historiadores muy
podrían echar mano de esta obra para saber cómo se vivía a principios de siglo
en el campo, sitio de sacrificios, pero más si cabe en Andalucía.
“Cuando despidieron a la comisión electoral,
que iba levantando polvo por el arrecife, traqueteada dentro de un cochecillo
de pocos muelles, el cacique máximo, con su cara roñosa y su gabán de invierno,
preguntó a Larán Larán:
-¿Qué
te parece?
-Que
ese candidato es tonto.
-Razón
de más para que sea candidato”.
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