sábado, 29 de mayo de 2021

Hacia el 18 de julio. Stanley G. Payne.

  Vi este libro en la librería de un enorme centro comercial. Simpre entro aunque pocas veces compro. Tiene best sellers y de vez en cuando libros de saldo. Este lo he comprado porque a pesar de que he leído a muchos historiadores extrajeros sobre la Guerra Civil nunca había leído nada de Payne, El camino al 18 de julio. Madre mía, ¿qué podía salir mal? Esto lo he leído, de Luis Araquistáin, escritor y periodista, del entorno del Partido Socialista, perteneciente al círculo de Largo Caballero, en una carta a su mujer: “O viene nuestra dictadura o la otra”.  Allí también pasaba una cosa parecida a la de ahora: si no eres de izquierdas eres un fascista. La diferencia es que en aquella época apenas te perdonaban la vida aunque a muchos, antes del inicio, les costó la vida. ETA mató –en números redondos- en cuarenta años a mil personas. En cinco años en la República se produjeron dos mil quinientas debido a la violencia política. También, como ahora, había un batiburrillo de partidos y entidades: Izquierda republicana radical, socialdemócratas, socialdemócratas radicales, socialistas revolucionarios, leninistas, trotskistas, estalinistas, sindicalistas, anarquistas.

  Es un libro de bolsillo, diez euros, y determina hacia el final de libro que, de entre todos los protagonistas de aquel desaguisado Franco era el más sensato, con eso está dicho todo. En esos últimos meses de la Republica había tres corrientes: las derechas, las izquierdas y la revolución. Las revoluciones normalmente superan a los cambios radicales, profundos y rápidos. Y se cometen injusticias difíciles de soportar. La confiscación de bienes, la entrega de tierras, el poder inmenso de los sindicatos, los fraudes electorales, la ausencia de un mínimo de voluntad para que se cumpliera las leyes de ese régimen: “La guerra nunca habría tenido lugar sin la gran erosión que sufrió la democracia durante ese periodo”.

  El libro se lee rápido y considero que está bien escrito. Se entera uno de cosas que ignoraba y distorsiona algunas ideas establecidas, como la imagen amable que tenía de Azaña. Nadie era inocente; todos fueron culpables. Franco aguantó y sólo cuando vio que era más peligroso dar un paso atrás se lanzó a cortar de raíz lo complejo para darle a este país la apariencia de simplicidad: el silencio de los sometidos, el silencio de los cementerios. “Fue función de Franco ordenar todo eso, por las buenas o por las malas”. Con eso está dicho todo.


 

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