La
casualidad ha querido que justo hoy Javier Fernández de Castro, periodista y
profesor de universidad que escribe en el blog de blogs Boomerang, haya escrito
una buena entrada sobre este libro. Cuenta que tiene un amigo apasionado de los
libros y que siempre busca hasta encontrar las mejores ediciones de los libros
que ama, así que los que le “sobran” los pone en un cesto en la puerta de casa
para que sus amigos se lleven los que quieran. Quién tuviera un amigo así. No
desde luego como yo que no tiro nada por insignificante que sea. El caso es que
uno de esos libros de la cesta era éste que terminé hace un par de días y que
tenía tantas ganas de leer desde que María Belmonte, lo mencionara en su
estupendo libro Peregrinos de la Belleza.
Palabra de Fernández de Castro: “Miller transmite un entusiasmo
contagioso y altamente saludable. Y eso que al ponerse a escribir ese libro no
lo tenía nada fácil porque ni el tema en el que se iba a embarcar ni las
circunstancias en que lo hizo jugaban a su favor. Cuando en 1939 Miller cedió
de pronto a las reiteradas invitaciones de su amigo Lawrence Durrell para
visitar Grecia venía de pasar unos años en y tenía escritas dos obras, Trópico de Cáncer (1934) y Trópico de Capricornio (1939)
que en ese momento estaban prohibidas y perseguidas pero que a la vuelta de
unos años iban a hacer de él un autor millonario y universal, aunque de momento
seguía siendo un escritor perseguido, acusado de ser un grosero
pornógrafo y a sus cincuenta años continuaba siendo tan pobre como cuando sólo
era una rata de alcantarilla neoyorkina”.
Cuenta que un día, invitado por el vicecónsul
en Creta le atiborran a preguntas sobre escritores y poetas americanos, etc. y
dice que Walt Whitman es mejor que todos los demás juntos. “Es el único gran
escritor que hemos tenido”. Un repaso a lo que opina de varios: Mark Twain:
Para adolescentes. Rimabaud es más grande que todos los demás poetas franceses
juntos. En fin, que yo creo que era un poco provocador y que se estaba quedando
con sus anfitriones. Se nota leyendo el libro que con quien no le caía bien era
borde como él sólo. Pero si era de su agrado se convertía en amigo perenne.
El sol y la luz le cambiaron a Miller en ese
viaje: Pasaba las horas seguidas al sol sin hacer nada, sin pensar en nada.
Mantener la mente en blanco es una hazaña, muy útil, por cierto. Estar en
silencio todo el día, no ver periódicos, no oír la radio, no oír cotilleos,
estar total y completamente ocioso, del todo indiferente al destino del mundo
es la mejor medicina que un hombre puede administrarse”. Demoledor párrafo. Yo
acabo hace un rato de darme una vuelta por la prensa y se pone uno malo.
La edición, preciosa, y cara, es de Edhasa.
Traducción de Carlos Manzano.