Cuando era adolescente había en televisión
programas que ahora sería imposible ver. Coloquios donde un grupo de
intelectuales, escritores, pintores, gentes del teatro o lo que fuera, hablaban
durante un par de horas y nadie se cuestionaba si la gente se iba a aburrir o
no. Uno de esos programas era La Clave, de José Luis Balbín. Otro, las
entrevistas larguísimas que había José María Iñigo. En uno de sus programas
entrevistó a Alexander Solzhenistsyn. (Creo que nunca llegaré a saber cómo se
escribe sin mirarlo en internet o en los pocos libros que tengo de él, en
realidad uno: Un día en la vida de Iván Denisovich). El hombre, su forma de
hablar, era un poco monótona. Contaba las cosas como en un río de aguas
tranquilas, sin que hubiera aguas rápidas o caídas espectaculares, sin muchos
recovecos o profundidades pero, eso sí, con toda clase de peces. Una sucesión
de épocas soviéticas, de personajes, de testimonios de testimonios de aquí para
allá, décadas arriba y décadas abajo. Así es el libro de memorias del autor
ruso.
Alexander Solzhenistsyn estuvo en el Gulag
por criticar a Stalin y a su régimen. Y en el libro se cuentan decenas de casos
en los que se describen las razones de los arrestos. Y no he podido dejar de
acordarme de las veces que la gente de nuestra tierra dice sufrir con la
represión de nuestro país, un estado de derecho de los primeros en el mundo. Motivos
nimios para consecuencias tan graves como perder la vida sufriendo toda clase
de torturas.
El primer tomo tiene más de ochocientas
páginas que se hacen pesadas. No tienen nada que ver con las de un Jünger,
quien intercalaba, dentro de sus tremendas vivencias, observaciones de toda
índole. Aquí no, aquí nada más que hace contar sus testimonios y un sinfín de
cosas más de forma arenosa y desordenada.
En la contraportada se dice que es un
monumental documento y que reconstruye minuciosamente la vida en el interior de
la industria penitenciaria. Ahí creo yo que radica uno de sus mayores errores.
Es tan prolijo que abruma. Y luego tampoco me gusta demasiado su forma de
narrar. Prefiero el estilo seco de Levi, o el mencionado Jünger.
Así es que aquí lo dejo. No compraré ni leeré
el tomo dos y tres. Con este tengo bastante.
Por suerte lo compré en El Rastro por diez
euros; bastante menos de lo que cuesta nuevo.
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