viernes, 28 de febrero de 2020

ARCHIPIÉLAGO GULAG I. ALEXANDER SOLZHENISTSYN.



  Cuando era adolescente había en televisión programas que ahora sería imposible ver. Coloquios donde un grupo de intelectuales, escritores, pintores, gentes del teatro o lo que fuera, hablaban durante un par de horas y nadie se cuestionaba si la gente se iba a aburrir o no. Uno de esos programas era La Clave, de José Luis Balbín. Otro, las entrevistas larguísimas que había José María Iñigo. En uno de sus programas entrevistó a Alexander Solzhenistsyn. (Creo que nunca llegaré a saber cómo se escribe sin mirarlo en internet o en los pocos libros que tengo de él, en realidad uno: Un día en la vida de Iván Denisovich). El hombre, su forma de hablar, era un poco monótona. Contaba las cosas como en un río de aguas tranquilas, sin que hubiera aguas rápidas o caídas espectaculares, sin muchos recovecos o profundidades pero, eso sí, con toda clase de peces. Una sucesión de épocas soviéticas, de personajes, de testimonios de testimonios de aquí para allá, décadas arriba y décadas abajo. Así es el libro de memorias del autor ruso.
  Alexander Solzhenistsyn estuvo en el Gulag por criticar a Stalin y a su régimen. Y en el libro se cuentan decenas de casos en los que se describen las razones de los arrestos. Y no he podido dejar de acordarme de las veces que la gente de nuestra tierra dice sufrir con la represión de nuestro país, un estado de derecho de los primeros en el mundo. Motivos nimios para consecuencias tan graves como perder la vida sufriendo toda clase de torturas.
  El primer tomo tiene más de ochocientas páginas que se hacen pesadas. No tienen nada que ver con las de un Jünger, quien intercalaba, dentro de sus tremendas vivencias, observaciones de toda índole. Aquí no, aquí nada más que hace contar sus testimonios y un sinfín de cosas más de forma arenosa y desordenada.
  En la contraportada se dice que es un monumental documento y que reconstruye minuciosamente la vida en el interior de la industria penitenciaria. Ahí creo yo que radica uno de sus mayores errores. Es tan prolijo que abruma. Y luego tampoco me gusta demasiado su forma de narrar. Prefiero el estilo seco de Levi, o el mencionado Jünger.
  Así es que aquí lo dejo. No compraré ni leeré el tomo dos y tres. Con este tengo bastante.
  Por suerte lo compré en El Rastro por diez euros; bastante menos de lo que cuesta nuevo.

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