Como hago cada pocos días entro en el blog de
Juan Francisco Ferrer para leer la nueva entrada. Es de los pocos a los que he sido fiel a
través de los años. Es malagueño, catedrático de filología hispánica, escritor,
especialista en cine y en otras muchas cosas, incluida Sade.
La entrada del pasado 4 de febrero hablaba
del mito de Frankenstein a través de los libros. Sobre todo de la precursora,
Mary Shelley y de otros. Lo último de McEwan y sus Máquinas como yo, y ésta que
acabo de terminar llamada Frankisstein de la autora, para mí desconocida,
Winterson. Ésta salía ganando, según el autor del blog, en su comparación con
el bueno de McEwan, al que tengo por lo demás el mayor de los respetos.
La novela incide en qué será del ser humano
cuando las máquinas nos calen, es decir, cuando las máquinas sepan de qué vamos
y sean capaces de tomar sus propias decisiones. Esto ya se ha visto en muchas
obras de ficción. Y en películas: Blade Runner, y un largo etcétera, sin olvidar
una que para mí es de las mejores: Her, con una gran oscarizado Joaquín Phoenix
al que un sistema operativo, cuya voz es la de la Johansson, lo tiene
literalmente derretido de amor.
En la novela se van alternando dos historias:
las de la célebre reunión entre Shelley, Byron, Polidori, y la propia de la
novela, con personajes trasplantados a la época más o menos actual. El joven
médico transgénero (la escritora también lo es) conoce a un profesor, Víctor
Stein (guiños) y tratan de crear seres artificiales.
Nos gusta nuestro cuerpo, eso es verdad en la
mayoría de los casos, sobre todo en el principio de la vida, pero luego, cuando
van pasando los años, nos vamos convirtiendo en condenados, encarcelados en
cuerpos que cada vez responden peor. Por eso la ciencia avanza que es una
barbaridad y por eso cada vez más artilugios nos van… sustituyendo: gafas,
dientes, injertos, corazones, riñones, huesos, cartílagos, manos biónicas, etc.
Pero si pensamos en esa evolución adelantada a milenios podría pasar lo que se
dice: la posibilidad de solo la mente sea la que emigre a otro organismo,
artificial. Es apasionante.
Dentro de la trama están, cómo no, las
muñecas sexuales: el primer fabricante que sea capaz de crear una muñeca que diga
un no pero sí, o un sí pero no, se hará multimillonario. Y dejará de haber
Plácidos y Weintsteines por el mundo.
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