martes, 25 de febrero de 2020

JEANETTE WINTERSON. FRANKISSTEIN.



  Como hago cada pocos días entro en el blog de Juan Francisco Ferrer para leer la nueva entrada.  Es de los pocos a los que he sido fiel a través de los años. Es malagueño, catedrático de filología hispánica, escritor, especialista en cine y en otras muchas cosas, incluida Sade.
  La entrada del pasado 4 de febrero hablaba del mito de Frankenstein a través de los libros. Sobre todo de la precursora, Mary Shelley y de otros. Lo último de McEwan y sus Máquinas como yo, y ésta que acabo de terminar llamada Frankisstein de la autora, para mí desconocida, Winterson. Ésta salía ganando, según el autor del blog, en su comparación con el bueno de McEwan, al que tengo por lo demás el mayor de los respetos.
  La novela incide en qué será del ser humano cuando las máquinas nos calen, es decir, cuando las máquinas sepan de qué vamos y sean capaces de tomar sus propias decisiones. Esto ya se ha visto en muchas obras de ficción. Y en películas: Blade Runner, y un largo etcétera, sin olvidar una que para mí es de las mejores: Her, con una gran oscarizado Joaquín Phoenix al que un sistema operativo, cuya voz es la de la Johansson, lo tiene literalmente derretido de amor.
  En la novela se van alternando dos historias: las de la célebre reunión entre Shelley, Byron, Polidori, y la propia de la novela, con personajes trasplantados a la época más o menos actual. El joven médico transgénero (la escritora también lo es) conoce a un profesor, Víctor Stein (guiños) y tratan de crear seres artificiales.
  Nos gusta nuestro cuerpo, eso es verdad en la mayoría de los casos, sobre todo en el principio de la vida, pero luego, cuando van pasando los años, nos vamos convirtiendo en condenados, encarcelados en cuerpos que cada vez responden peor. Por eso la ciencia avanza que es una barbaridad y por eso cada vez más artilugios nos van… sustituyendo: gafas, dientes, injertos, corazones, riñones, huesos, cartílagos, manos biónicas, etc. Pero si pensamos en esa evolución adelantada a milenios podría pasar lo que se dice: la posibilidad de solo la mente sea la que emigre a otro organismo, artificial. Es apasionante.
  Dentro de la trama están, cómo no, las muñecas sexuales: el primer fabricante que sea capaz de crear una muñeca que diga un no pero sí, o un sí pero no, se hará multimillonario. Y dejará de haber Plácidos y Weintsteines por el mundo.

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