Diario
escrito en el 89, publicado en el 94 y reeditado en el año 2016. El 89, el año
que se comió el muro de Berlín y el de la muerte de la Pasionaria, el
fusilamiento de Ceaucescu. Cada vez me gustan más estos libros de Trapiello
pero, ay!, se me han acabado. Son quince los que he leído ya aún me quedarían
cinco o seis pero, o están descatalogados o valen un pastizal. La única
esperanza es que hagan como con éste, que la editorial calcule el beneficio que
sacará de los que nos hemos quedado sin alpiste y los vuelva a editar. O que
saque el próximo en dos, tres o cuatro meses. ¿El tema? Los mismos de siempre.
Es como si fueran versiones todos de un mismo libro. Solo que año arriba o año
abajo. El gato tiñoso, los hijos, la mujer con sus ausencias y las congojas que
dejan, los libreros de viejo, sus encuentros con conocidos, sus lecturas de las
que siempre se aprende algo, sus reflexiones.
“EL verdadero milagro de Lourdes no estuvo
jamás en las dudosas curaciones de aquellos pobres y desesperados, desamparados
y desahuciados enfermos, sino en la congregación ferviente que, noche tras
noche, a la luz de las antorchas y los cirios, daba fe de algo que excede, con
mucho, la virtualidad de los cuerpos. El verdadero milagro no es curar a los
enfermos, sino que éstos se congreguen por miles cada noche desde hace cien
años” Y generen pingües beneficios, añado yo.
En este tipo de párrafos me reconozco.
Recuerdos de cosas que también ha pensado uno, como diría él. Tanto que una vez
escribí un cuento a raíz de una noticia de la prensa. Un gurú había congregado
a un montón de fieles para anunciarles un milagro y tal. Hubo una tormenta tan
fuerte que muchos murieron. La conclusión era evidente: muchos adelantaron casi
sin billete el alcance del paraíso.
“Es muy difícil encontrar a personas que
aprecien las cosas por lo que son, no por la apretada y prestigiosa
bibliografía que les acompaña, o a la cartela museística que le ponen al lado”.
A veces las reflexiones son tan poderosas, al
menos para mí, que son como un fogonazo que todo lo ilumina. Verlo reflejado
por escrito da una rara alegría: “Hoy he tenido que presentar la Biblia, en una
edición para niños. (Las cosas que tiene que hacer un escritor no están pagadas
ni por todo el oro del mundo). Seguramente será ésta la única ocasión en la que
tengo la seguridad absoluta de que se trata de un buen libro”. ¡Eso es! La
Biblia ha tendí éxito porque es un buen libro para niños. Entonces ¿Por qué lo
sigue teniendo para los adultos? Porque no dejamos de ser niños. Está más que
claro.
“El placer que nos proporcionan ciertos
libros que no son literatura resulta un tanto espúreo, pero legítimo, como el
que un día se salta el régimen de comidas que se ha impuesto”.
“Enternece ser testigo de la alegría de los
arqueólogos de culturas primitivas cuando les vemos con un pincel quitarle el
polvo al pitorro de un tosco botijo: con qué poco se conforman”. Me hizo gracia
esto porque tengo un familiar que acabó historia con gran contento y provecho,
hizo sus prácticas con eso del pincel en unos restos arqueológicos y ahora
encuentra trabajo donde vive de camarero, en el mejor de los casos. Qué pena de
país, de estudios, de esfuerzos y de restos.
Pues nada, a esperar el nuevo de Don Andrés.
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