Hará diez años leí una preciosa entrada en su
blog de Muñoz Molina en el que hablaba de la fiebre lectora de Elvira Lindo, su
mujer, a propósito de esta novela. Me quedé con la copla. Luego he leído libros
que se desarrollan en un tren. Todo Fluye, de Vasili Grossman, Ana Karenina,
etc. Así que sabía que tarde o temprano iba a emprender esta lectura. La
lectura de otro clásico. “Qué maravilla sumergirse así en una novela”. Así es.
Aunque he de decir que al comienzo me ha parecido un poco liosa, con tantos
personajes, tantos hechos secundarios. Enseguida, cuando se ubican bien a los
protagonistas, sobre todo a Yuri y a Lara, los amantes, se vuelve cada vez más
interesante, más dramático.
La edición es cuidada. Buena tipografía, como
hace siempre la editorial Galaxia Gutenberg. Está traducida por la joven Marta
Rebón directamente al español. En las revoluciones (la Revolución Rusa es el
periodo en el que se desarrolla la historia) las vidas de las personas sufren
un terremoto. Yuri, médico, está casado y tienen un hijo. Pero por esos avatares
tienen que viajar y conoce a la joven Larisa, Lara. Y ahí comienza una aventura
desventurada, hasta que llegan a una antigua casa de campo en la cual intentan
vivir. Apartada, rodeada de silencio, donde unos amenazantes lobos vienen a
visitarlo cada noche. Han de irse. Todo provoca una gran congoja. El frío en
las tierras inhóspitas de Rusia.
“…
para los inspiradores de la revolución el tumulto de disturbios y
transformaciones constituye su auténtico elemento. Para complacerlos, necesitan
algo a escala del globo terráqueo. La construcción de mundos, los periodos de
transición, son para ellos un fin en sí mismo. .. El hombre nace para vivir, no
para prepararse para la vida”.
Apenas he subrayado este párrafo nada más. La
novela se lee como el sonido del tren al pasar por los raíles. Se va bebiendo
las páginas sin darse uno cuenta. Grande el poeta Pasternak.
Párrafo subrayado por Antonio Muñoz Molina en
el artículo arriba descrito: “Pero para hacer el bien, a su rectitud moral le
faltaba la tolerancia del corazón, que no conoce casos generales, sólo
particulares, y cuya grandeza está en las pequeñas acciones”.
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