Hace unos años leí un artículo en el que
Mario Vargas Llosa elogiaba este libro del ensayista, intelectual, político y
profesor canadiense. Tanto lo ensalzó que se me quedó en el recuerdo. Vargas
Llosa, otro aspirante a presidir su país, podría ser el antecedente de éste.
A Michael Ignatieff le tentaron unos “hombres
de negro” de su partido para liderar su partido ante el bajón de las encuestas.
Se lo pensó pero, ya se sabe, la seducción del poder. Entrar en campaña
electoral es una de las actividades más agotadoras a las que se puede enfrentar
un ser humano y Michael lo hizo muy bien. Incluso aceptando los zarpazos justos
o injustos de tus adversarios.
Los políticos son seres que están programados
para callar verdades y soltar mentiras como si fueran ideas sinceras. Porque “nada
te va a causar más problemas en la política que decir la verdad”.
Por no cumplir esta frase a rajatabla tuvo
muchos problemas. En plena campaña electoral dijo algo de la guerra del golfo y
sus oponentes le acusaron de defender a Sadam Husein. “Más de una vez, por
ejemplo, cuando le planteamos preguntas acerca del modo en que las fuerzas
canadienses estaban manejando el traslado de detenidos afganos a los centros de
detención en Afganistán, el primer ministro o sus ministros se pusieron de pie
y nos acusaron de simpatizar con los talibanes”. “En realidad aún no había
comprendido que, en política, las explicaciones siempre llegan demasiado tarde.
Nunca debes dar explicaciones ni quejarte. Como mucho, si eres afortunado,
lograrás vengarte”.
En un momento dado hace un repaso por todos
aquellos intelectuales que alguna vez dieron el paso hacia la política y la
verdad es que el balance no es muy halagüeño. James Madison; a Alexis de
Tocqueville tampoco le fue mejor porque después de algunos años se aburrió y se
marchó; era mucho más divertido lo que hizo en su juventud: recorrer los
Estados Unidos y escribir La democracia en América. John Stuart Mill, Max
Weber, el mismo Vargas Llosa, etc.
En alguna página salió el apellido Trudeau. Me
acordé que ese es un apellido que sale a menudo en la prensa cuando se habla de
Canadá. Exactamente. Era el padre del actual primer ministro. Y como una cosa
lleva a la otra tengo que decir que buscando cosas de éste, he visto que ha
escrito una especie de autobiografía que me parece la mar de interesante: Todo
aquello que nos une. Qué envidia dan a veces esas loterías genéticas: hijo de
un primer ministro. Ser guapo y medir uno ochenta y ocho, tener una capacidad
verbal increíble, además de inteligencia. Se hizo famoso, siendo “solo” un profesor
de literatura, debido al discurso que dio en el funeral de su padre y al que
asistieron los más grandes mandamases del mundo. A la reina de Inglaterra le
encantó departir con él una recepción y ya sabemos lo arisca y distante que
puede ser Isabel.
En fin, un ensayo fácil de leer y donde
podemos descubrir los entresijos de la política que, por lo que se ve, funciona
igual en todas partes: llevar un cuchillo escondido mientras mostramos la mejor
de las sonrisas.
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