viernes, 28 de diciembre de 2018

28dic2018. La Dalia Negra.



  He ido a visitar la remodelada librería de la  Casa del Libro en La Gran Vía de Madrid. Ha estado cerrada durante varios meses así que creía que el asunto estaría más que cambiado. Y en efecto lo está: Han hecho una gran librería al modo del Carrefour. Grandes isletas llenas de montones enormes de ocho o nueve libros iguales, los más vendidos o los que han tenido más difusión en los medios. He buscado algo de Galdós: Ni Fortunata y Jacinta, ni Miau. Nada. O al menos no los he encontrado habiendo buscado en la G de Galdón o en la P de Pérez. De Delibes poco y en caras ediciones de lujo. Las salas son más espaciosas, es cierto, pero con muchos menos libros. Antes tenían estanterías que se desplazaban teniendo más “fondo”. Ahora hay mucho menos. Se lo he indicado a un dependiente. Y me ha contestado que hay más metros cuadrados, debe ser verdad. La última planta la van a dedicar a un hotel de muchas estrellas. Le he mostrado mi contrariedad. Está todo más desorganizado y cuesta mucho más encontrar las cosas. Todo más mezclado. “Lo más vendido”, “Los top ten”, “La novela que no podrás dejar de leer”. No volveré a entrar. Para eso tenemos el Carrefour o el Alcampo. Luego se quejan. Entrarán seguramente más personas a buscar su regalo pero seguro que entrarán menos lectores buscando sus libros. Al menos las aceras para peatones son más anchas y cuesta menos ir deprisa a los sitios. El dependiente al final, casi en un aparte, me ha dado la razón: “son cosas de los de arriba”. No sé si se refería a los jefes o a los inquilinos del hotel.
  Para ir iba leyendo en el metro el libro de Trapiello que ha escrito sobre el Rastro. Es una joya. Maravillosamente editado. Ilustrado con fotografías históricas, míticas, propias. Este hombre es un gran erudito que sabe contar las cosas como el mejor cuentista. Cada vez me gusta más y me pasa como a los drogadictos que tienen que tener un pequeño depósito guardado para las grandes crisis, La cosa en Sí y El Jardín de la Pólvora. Ayer me llegaron desde una librería de viejo de  Salamanca. Mil quinientas páginas. Me resulta adictivo porque me crea una mezcla de curiosidad, morbo, ganas de aprender y la diversión más absoluta. Es el mejor bálsamo para curarme de una mala lectura o de una lectura pelma que también las hay y muchas.



  He leído hace unos días, en diagonal, a diez páginas por minuto, una novela policiaca. La Dalia Negra, de James Ellroy. No estoy hecho de esa pasta que se interesa por los libros de policías y criminales. No al menos con ese lenguaje de autosuficiencia que tiene este. Quizá sirva para las películas aunque no me gustó mucho L.A. Confidencial. Tenía su gracia visualmente. Buenos actores, buena iluminación como suele decirse pero, como he dicho tantas veces: me da igual lo que le pase a este o a aquella. Menos mal que era otro de los libros encontrados, medio descuajeringado –éste sí- en la basura de la urbanización.
  Cuando he salido de la nefasta visita librera me he ido caminando a paso rápido hasta la Glorieta de Bilbao para tomarme un café en el también remodelado Café Comercial. Sigue estando muy bien. Más compartimentado que antes, menos churros y menos olor a café y chocolate, pero donde han conseguido mantener el espíritu bohemio que ha tenido durante decenios.
  Se me olvidaba. Antes de ir al Café me he pasado por La Academia de Bellas Artes de San Fernando para ver la exposición del fotógrafo francés J. Laurent a quien le encargaron fotografiar la España convulsa –y cuándo no- en el siglo XIX. (1856-1886). También una exposición sobre grabados de Goya y la forma en que las hacían. Como dice un texto explicativo: sólo por eso, por los grabados, ya debería pasar por uno de los mejores artistas de todos los tiempos.
  No he comprado nada pero he llegado contento a casa. Porque, como se dice en el libro de Trapiello recordando a Balzac: Las tres condiciones necesarias para coronar con éxito cualquier búsqueda en rastros y almonedas “Piernas de ciervo, tiempo de sobra para vagar sin rumbo y una paciencia de israelita”.

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