Hace quince años cayó en mis manos El Pan
Desnudo, el libro que hizo triunfar a este escritor marroquí y que tanto me
deslumbró. Ahora en las nuevas traducciones ha pasado a llamarse El Pan a
secas. De cualquier manera aquel libro me impactó por su crudeza, por el
desamparo que irradiaban sus páginas.
Hasta que tuve diecisiete años viajé con mi
familia a Melilla y una de las cosas que me llamaba la atención nada más llegar
era el trato que los españoles, o mejor decir, los adultos, daban a la gran
cantidad de niños “moros” que pululaban por la ciudad vendiendo chicles,
cigarrillos o lo que fuera. Imagino que también se buscarían la vida robando y
algunos, lo supe a raíz de este libro, prostituyéndose. No he vuelto desde
entonces a pesar de que nací allí, y creo que no pasará mucho tiempo para que
vuelva. Cuando uno de ellos se acercaba a una mesa en la que estábamos sentados,
un adulto, siempre de allí, de los que vivían en la ciudad, le lanzaba una
patada o un manotazo como si se tratara de una mosca humana y pegajosa. El
trabajo de este hombre ha sido ser testimonio de las duras condiciones en las
que se han de enfrentar estos pueblos.
Este libro es la tercera parte de la trilogía
que empieza con el Pan desnudo. Entre medias está Tiempo de errores que leeré lo
antes posible porque narra su traslado a Tetuán para estudiar, siendo un
muchacho de veinte años analfabeto y donde entraría en contacto por primera vez
con la literatura. Este me ha gustado bastante menos que el primero. Historias
sin tanto agarre. “El hambre como paisaje moral” se decía en el Pan. En este el
personaje que narra es ya un escritor, ha dado clases en el instituto pero
sigue siendo un ser con falta de afecto. La infancia de cada persona marca la
vida de cada persona y la de Chukri fue una infancia difícil, con un padre que
maltrataba a toda su familia y de la que tuvo que huir.
No obstante tiene su estilo y mantiene su
potencia. En el capítulo “La herencia” comienza de manera aterradora. Cómo no
seguir leyendo. “Heidi volvió de la guerra de Indochina con los brazos
amputados. Sabía por qué había vuelto, pero no por qué había ido a esa guerra”.
Son todos personajes anclados en una historia
trágica y en una tierra cruel pero a la vez se percibe que todo está impregnado
de vida.
La edición está a cargo de Debate, con tapa
dura y una fotografía de portada en la que un padre y ¿su hijo? bajan una escalera
de un barrio humilde y se dirigen a cualquier lado. El joven va descalzo y
sonríe. El adulto coge de la mano al joven y pisa un charco.
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