viernes, 16 de noviembre de 2018

LA MANIA. Andrés Trapiello.



  Octavo tomo del Salón de los Pasos Perdidos que leo. Su antiguo propietario, Emilio Carrasco, no subrayaba nada, lo ha cuidado bien; tan solo, muy de vez en cuando, cruza con lápiz una errata, o planta un tímido signo de interrogación. Apenas diez o doce en 815 páginas. La lectura de estos libros, como el mar, como el fuego, es para mí como un ensimismamiento. El lector, al menos éste, no siente el paso de las páginas, tan liviano como el paso de los años. Creo que ya conté que la recomendación que me dio el autor, en la feria del libro de la primavera del 18, es que leyera el último y luego empezara por el primero y fuera avanzando. No le hice caso: leí el último, Mundo es, luego El Gato encerrado, el primero, y a partir de ahí fui comprando y leyendo hacia atrás en el tiempo. Son cada vez un año más jóvenes, Andrés y su mujer; más niños sus hijos. Permanecen inalterables en cambio sus conferencias, quitando el que los contrincantes son distintos, sus pesados viajes promocionales, los pocos premios, las Viñas, el Rastro, los paseos, el paso de las estaciones, la naturaleza, los gatos, los perros y los pájaros. Por cierto que estos días ha aparecido su libro sobre el gran mercado madrileño y hace un par de días he comenzado a leer el libro sobre el mismo tema de Ramón Gómez de la Serna. Parece mentira que eso lo haya escrito un muchacho de 23 años, claro que para el autor madrileño esa era ya una edad madura teniendo en cuenta que con diecisiete ya empezó a publicar.
Ya tengo ubicado el siguiente en una librería de Salamanca, La Cosa en sí, otras setecientas y pico páginas de gozo correspondientes al año 2000 y por solo 18 euros. ¿Será del mismo dueño? Dice que tiene el sello del antiguo dueño. Estaría bien saber las andanzas, las aventuras y el porvenir de los libros.
Si tuviera que resumir este tomo podría utilizar prácticamente los mismos temas y palabras que los anteriores. Una visita a León para reunirse con su familia. Las Viñas y los problemas con sus hijos porque quieren pasar fuera la noche vieja, siendo tan jóvenes entonces. Las librerías de viejo, donde casi siempre se va de vacío como me ocurre también a mí. El 99 por ciento de lo que hay es la repetición de saldos de quisco mil veces manoseadas. Pocas cosas de interés, y cuando se encuentran, ya las tiene uno, como dice él.
Ayer tarde, 15 de noviembre, comí con unos compañeros en el centro de Madrid. Casa de Asturias. Comida buena y en abundancia, lleno de comensales. A las cinco de la tarde rehusé ir con algunos a seguir bebiendo. Ya tenía grabadas, por previsibles, las conversaciones. Recuerdos de los viejos tiempos, historietas mil veces escuchadas. Preferí marchar caminando hasta una librería de viejo que me recomendó Jesús, otro amigo al que le gustan estas cosas. Estaba a más de dos kilómetros. Librería Dodó, cerca del metro de Quevedo. Nada si es con la temperatura más que agradable para un mes avanzado de noviembre. Hay humedad y huele a hojas pudriéndose en el suelo. Paso por calles que hacía tiempo que no pisaba. La plaza del Dos de mayo. La librería está bien abastecida y ordenada. El dueño tiene un acento extraño aunque es, me dice, de Veracruz, estado de Méjico. Algunas veces me dice que si necesito algo se lo pida. Tiene libros buenos pero la mayoría son corrientes, mil veces vistos. Por llevarme algo y hacer gasto me llevo por cinco euros aquella primera novela que tanto éxito tuvo hará una década: Bilbao-New York-Bilbao, de Kirmen Uribe.
  El libro, como se ha dicho, de más de ochocientas páginas, lo he leído en un par de semanas. He comprobado que cuando estoy disfrutando de la lectura, estoy más contento. Y también que no me importa tardar más o menos. Cuando es desagradable o aburrida me impaciento, quiero acabar pronto pero a la vez no abandonar.
  He subrayado poco porque es querer fijar un río o una ola del mar. Todo fluye a través del año sin que uno se dé cuenta. “Claro que a Cervantes, salvada la indecorosa proximidad, le ocurrieron también incontables aventuras y al final de lo que escribió fue de cosas que pasaron la mayor parte entre Puerto Lápice e Illescas”. Trapiello es, comparando, como un gaditano de esos al que le salen genialidades casi sin pensar, gracioso, donde una palabra, un adjetivo, es capaz de causar hilaridad. “El libro –habla de un libro que lee en ese momento- está escrito haciendo uso del cesáreo presente histórico y del pretérito tacitano, lo que da como resultado algo parecido a lo que en gastronomía pudieran ser bombones al ajillo”.
  A veces el autor hace alabanzas de la literatura realista. A mí me gusta. “Lo único que no aburre ni cansa nunca es la vida, quizá porque no tiene argumento”. Y es que estos libros, mal que les pese a algunos, están llenos de vida. De aquí a nada saldrá el siguiente. Lo poco que compre hasta el final de año será de Trapiello: Su Rastro, el nuvo de los Pasos perdidos, La cosa en sí.

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