El otro día vi
varios libros “nuevos” de Orwell en la Fnac de un gran centro comercial. Iba a
por sus Ensayos pero no lo tenían, así que me llevé este. El de los Ensayos,
gordo como una novela de ocho mil, estaba justo en el local de abajo, en esos
que venden sobre todo ediciones para regalo. También me lo llevé.
En el de arriba, el de
Reverte, decía que a mi entender –y en el suyo- se hablaba demasiado del clima.
En éste se habla sobre todo de dinero, o más exactamente, de monedas. Francos,
céntimos, peniques, libras; así como casas de empeño, sisar todo lo sisable,
hambre y miseria y una sucesión inacabable de desgracias. Es lo que les pasa a
los vagabundos que están en las últimas.
Me he llevado una
sorpresa saber que Orwell lo pasó tan mal. Tan mal que, años después, murió de tuberculosis
debido a estos años de podredumbre. Cuánto escribió y de qué calidad para
haberse muerto con 47 años. El problema que le veo a esta clase de libros –fue el
primero que le dio cierto éxito- es que inciden una y otra vez en la desgracia
sin dar un respiro al lector. Ni una canita al aire.
“Mi principal recuerdo
del hambre es una absoluta inercia a la necesidad de escupir con frecuencia una
saliva blanca y espesa como la de los cucos. Ignoro cuál puede ser el motivo,
pero cualquiera que haya pasado hambre varios días seguidos se habrá dado
cuenta”.
Claro, el pobre hombre
había entrado en cetoacidosis provocado porque su organismo, harto de
mantenerlo en un penoso vacío se devoraba así mismo.
“Unos restaurantes son
mejores que otros, pero, por el mismo gasto, es imposible comer tan bien en un
restaurante como en una casa particular”. Mis amigos y yo lo sabemos desde hace
mucho tiempo y lo comprobamos cada poco tiempo: ganamos en cantidad, calidad y
cariño (y bolsillo).
Habla de las penosas
condiciones de trabajo rayando en la más salvaje esclavitud; incluso aunque n
valga para nada: “Da igual que su trabajo sea necesario o no, debe trabajar,
porque el trabajo es bueno en sí mismo, al menos para los esclavos”.
Ya se le ve, en el
párrafo que sigue, su maestría de ensayista: “Muy poca gente cultivada gana
menos de (digamos) cuatrocientas libras al año y, como es natural, se pone de
lado de los ricos porque imagina que cualquier libertad que se conceda a los
pobres es una amenaza a su propia libertad. Al pensar que la alternativa es
alguna desolada utopía marxista, el hombre cultivado prefiere dejar las cosas
como están”. Qué bueno para explicar la postura conservadora de la vida.
Otra de las cosas que me
he alegrado de leer es ver cómo la iglesia aprovecha el hambre de los pobres
para recabar adeptos. Comida a cambio de rezos. “-Sé de un sitio donde te dan
una taza de té y un bollo gratis. Es muy bueno. Luego te hacen rezar un buen
rato, pero ¡qué diablos! Ayuda a pasar el tiempo. Anda, vamos”. Me suena de
algo.
No es que me haya
entusiasmado pero se deja leer. Curioso y al menos me ha abierto el apetito
para hincarle el diente a sus Ensayos que abordaré en algún momento de este
mismo año.