Tanto me ha gustado Patria, la exitosa última
novela de este donostiarra (qué feo gentilicio; casi me gusta más, aunque no se
dice casi nunca, “easonense”), que me ha faltado tiempo para comprar otros dos
libros suyos: El del viaje con Clara por Alemania y éste, Años lentos, sobre la
historia de un niño de ocho años trasplantado por motivos económicos y
familiares a la casa de la hermana de su madre. Y como siempre en sus
novelas, esas madres se presentan fuertes, austeras, implacables, de fuerte personalidad, en relación con sus
maridos: conformistas, apocados, dueños de su chapela, sus silencios y sus horas
de taberna.
Estamos a finales de los años sesenta y ahí
van desfilando las relaciones de algunos personajes con la religión, los
primeros escarceos amorosos de su desgraciada prima, los comienzos de su primo
en el mundo de un terrorismo incipiente, infantil, ignorante, y hasta ridículo
muchas veces, y la visión inocente y asombrada del niño narrador.
La novela presenta un esquema bastante
original: El narrador le cuenta la historia al escritor, y en capítulos alternos, se ecriben en forma de apuntes, con sus certezas y ensayos: si es correcto hacer esa
u otra descripción, si merece la pena sacar ese u otro personaje… Es como un
ejercicio de meta literatura, o como si Aramburu quisiera mostrarnos a sus
lectores cómo se cose una novela en base a recuerdos y técnicas narrativas.
Atención me ha llamado uno de esos apuntes
que no me resisto a copiar de manera completa. Trata de los posibles métodos de
suicidio de uno de los personajes (no quiero desvelar ninguna trama, o como se
dice ahora, un spoiler).
“Opción Madame Bovary: MN se traga
todas las pastillas que encuentre en la cómoda de sus padres. O se bebe la
botella entera de legía.
Opción Ana Karenina: Se tira al
tren de vía estrecha de los Ferrocarriles Vascongados, que además pasa cerca de
Ibaeta.
Opción Virginia Wolf: Se ahoga en
el río con un cubo de piedras en cada mano. Como el riachuelo de Ibaeta cubre
en sus trechos más hondos hasta las rodillas, va a la ciudad y se tira al
Urumea desde el puente de… (elegir uno que me permita cierto lucimiento en la
descripción, dicho sea esto con la modestia que debería caracterizarme.) Ahora
bien, ¿cómo lleva la chavala las piedras hasta allí? ¿En el trolebús? Esto es
ridículo. Oiga, señor escritor, un respeto a su personaje.
Opción Silvia Plath: Los Barriola
no tienen en su casa horno de gas. ¿Mete la muchacha la cabeza en el fogón?
Horrenda quemadura. Ocurrencia desechada.
Opción Alfonsina Storni: Mari
Nieves va a la playa de Ondarreta y se adentra en el mar hasta ahogarse. La
acción resultaría más poética si la muchacha no fuera gorda.
¿O hago simplemente que se tire
por el balcón? Esto da poco juego literario. El suicidio es un arte como otro
cualquiera. De los pocos, sin embargo, cuya consumación no requiere ni un largo
aprendizaje ni una dilatada experiencia”.
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