viernes, 23 de diciembre de 2016

EL BIGOTE. EMMANUEL CARRÈRRE.




  En la contraportada de esta novela de mi querido Carrère se despliegan un montón de citas de críticos deshaciéndose en halagos. Hasta ahí bien. Me he leído casi todo de él y hasta ahora era así: de Carrère hasta los andares. Pero, como he dicho ya en más de una ocasión, la cosa se tuerce cuando un editor quiere sacar todo el provecho posible. Esta es una novela de juventud, primeriza, pequeña, insustancial, una novela que no llega a tal y que, como mucho, se le podría poner el apellido de relato. Ya tuve mis reticencias –me lo olí- cuando la editaron: año de creación, 1986, año de edición: 2014. Me resistí pero al verla en la Cuesta de Moyano a 8 euros hizo que me decidiera. Mi primera impresión era acertada. La novela no vale siquiera esos 8 euros.
  Un marido se corta el bigote y su mujer no se entera; normal. Mi hermano se arregló hace años una mella en sus paletas y cuando se lo arregló nos buscaba a toda su familia con la mirada para que le dijéramos algo: nadie se enteró. Cuántas mujeres vienen de la peluquería de gastarse un buen pellizco y sus maridos notan como mucho que se han peinado, o cepillado. La novela estira ese asunto anodino hasta la exasperación. Y uno sospecha enseguida que el tipo parece haberse vuelto loco. Y sufre sin que sus lectores, al menos yo, suframos lo más mínimo. Me da igual. El tipo se larga a China y se monta en un transbordador cruzando de un lado a otro. Y resulta que no habían estado en Java y resulta que su mujer, en fin, no quiero destripar nada, pero es que para mí no hay nada que destripar: me da igual.
  Si supiera el editor que sacar una novela de un autor de éxito supone hacerle bajar del pedestal de la excelencia, se lo pensaría más de una vez. Sí, seguiré leyendo a Carrère, pero ya no está en la cúspide, quizá en el parnaso, o como mucho en el parnasillo.

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