En la contraportada de esta novela de mi
querido Carrère se despliegan un montón de citas de críticos deshaciéndose en
halagos. Hasta ahí bien. Me he leído casi todo de él y hasta ahora era así: de
Carrère hasta los andares. Pero, como he dicho ya en más de una ocasión, la
cosa se tuerce cuando un editor quiere sacar todo el provecho posible. Esta es
una novela de juventud, primeriza, pequeña, insustancial, una novela que no
llega a tal y que, como mucho, se le podría poner el apellido de relato. Ya
tuve mis reticencias –me lo olí- cuando la editaron: año de creación, 1986, año
de edición: 2014. Me resistí pero al verla en la Cuesta de Moyano a 8 euros
hizo que me decidiera. Mi primera impresión era acertada. La novela no vale
siquiera esos 8 euros.
Un marido se corta el bigote y su mujer no se
entera; normal. Mi hermano se arregló hace años una mella en sus paletas y
cuando se lo arregló nos buscaba a toda su familia con la mirada para que le
dijéramos algo: nadie se enteró. Cuántas mujeres vienen de la peluquería de
gastarse un buen pellizco y sus maridos notan como mucho que se han peinado, o
cepillado. La novela estira ese asunto anodino hasta la exasperación. Y uno
sospecha enseguida que el tipo parece haberse vuelto loco. Y sufre sin que sus
lectores, al menos yo, suframos lo más mínimo. Me da igual. El tipo se larga a
China y se monta en un transbordador cruzando de un lado a otro. Y resulta que
no habían estado en Java y resulta que su mujer, en fin, no quiero destripar
nada, pero es que para mí no hay nada que destripar: me da igual.
Si supiera el editor que sacar una novela de
un autor de éxito supone hacerle bajar del pedestal de la excelencia, se lo
pensaría más de una vez. Sí, seguiré leyendo a Carrère, pero ya no está en la
cúspide, quizá en el parnaso, o como mucho en el parnasillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario