miércoles, 28 de diciembre de 2016

UN OTOÑO ROMANO. JAVIER REVERTE.




  Siempre he dicho que, prácticamente, no he encontrado una profesión en el mundo adecuada a mi forma de ser. Ni médico ni bombero ni periodista ni juez ni policía ni astronauta ni nada. A todas les encuentro una pega insalvable. Sin embargo la de este tipo de escritor en el que se ha convertido Javier Reverte sí me apetecería. Pero claro, hay que ser Javier Reverte y de esos no hay muchos. Ganar dinero, irte tres meses a una ciudad como es el caso, vivir, contarlo y volver a ganar dinero. Es perfecto.
  El libro se hace a base de tomar notas, leer en libros historias y contarlas de manera divertida, comer en restaurantes y pasarnos el plato a sus lectores por el morro y darle a todo el conjunto una forma de diario. Es perfecto.
  Y creo que el secreto de Javier Reverte es el de cualquiera que sepa mostrarnos algo: su pasión por lo que cuenta. Es creíble y hace disfrutar a quien lo lee porque él también disfruta. Ya le tengo echado el ojo a su Diario de Nueva York. Misma fórmula, mismo éxito, mismo disfrute.
  Otro factor para que se lo pueda pasar bien leyéndolo es haber estado en Roma. Uno vuelve a recorrer con la imaginación las calles que paseó, las iglesias a las que entró, los museos que visitó, la comida que comió y la atmósfera que respiró. Yo he tenido la suerte de haber estado dos veces en los últimos cinco años. Y tiene razón que es preferible perderse por sus calles a ir con una guía determinada. La vez que más disfruté fue cuando estuve toda una tarde sin parar de caminar. O a lo sumo entrar a tomar un café para reponer fuerzas. El mejor café que he tomado nunca en parte alguna.
  Como siempre en estos libros nos habla de la historia, de los libros de referencia. Uno al que también me apunto por considerarlo el mejor sobre la ciudad eterna es Paseos por Roma de Stendhal. También hace un análisis de la figura de Giordano Bruno. “Extraditado a Roma en 1593 fue encarcelado largas temporadas durante los siete años que duró su proceso en las terribles mazmorras vaticanas de la prisión de Tor di Nona, en las orillas del Tíber. Sentenciado como culpable de herejía, el tribunal le condenó a la hoguera, bajo el papado de Clemente VIII, un siniestro pontífice enterrado en San Pietro in Vincoli sobre cuya tumba aparece un macabro esqueleto con una guadaña”.
  Y la comida… qué cosa buena hacernos recordar un momento irrepetible: sentarse a una mesa de mantel de cuadros, con un sol esplendoroso de mayo, viendo pasar a los turistas y con un profundo olor al orégano de la pasta saboreando un vino de la tierra. Pocas cosas hay más agradables. Y no puedo menos que agradecerle habérmelo hecho vivir de nuevo. Es un hombre al que no me importaría invitar a comer con una buena cerveza fría que sé que le gusta. O un buen vino.

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