Siempre he dicho que,
prácticamente, no he encontrado una profesión en el mundo adecuada a mi forma
de ser. Ni médico ni bombero ni periodista ni juez ni policía ni astronauta ni
nada. A todas les encuentro una pega insalvable. Sin embargo la de este tipo de
escritor en el que se ha convertido Javier Reverte sí me apetecería. Pero
claro, hay que ser Javier Reverte y de esos no hay muchos. Ganar dinero, irte
tres meses a una ciudad como es el caso, vivir, contarlo y volver a ganar
dinero. Es perfecto.
El libro se hace a base
de tomar notas, leer en libros historias y contarlas de manera divertida, comer
en restaurantes y pasarnos el plato a sus lectores por el morro y darle a todo
el conjunto una forma de diario. Es perfecto.
Y creo que el secreto de
Javier Reverte es el de cualquiera que sepa mostrarnos algo: su pasión por lo
que cuenta. Es creíble y hace disfrutar a quien lo lee porque él también
disfruta. Ya le tengo echado el ojo a su Diario de Nueva York. Misma fórmula,
mismo éxito, mismo disfrute.
Otro factor para que se lo
pueda pasar bien leyéndolo es haber estado en Roma. Uno vuelve a recorrer con
la imaginación las calles que paseó, las iglesias a las que entró, los museos
que visitó, la comida que comió y la atmósfera que respiró. Yo he tenido la
suerte de haber estado dos veces en los últimos cinco años. Y tiene razón que
es preferible perderse por sus calles a ir con una guía determinada. La vez que
más disfruté fue cuando estuve toda una tarde sin parar de caminar. O a lo sumo
entrar a tomar un café para reponer fuerzas. El mejor café que he tomado nunca
en parte alguna.
Como siempre en estos
libros nos habla de la historia, de los libros de referencia. Uno al que
también me apunto por considerarlo el mejor sobre la ciudad eterna es Paseos
por Roma de Stendhal. También hace un análisis de la figura de Giordano Bruno. “Extraditado
a Roma en 1593 fue encarcelado largas temporadas durante los siete años que
duró su proceso en las terribles mazmorras vaticanas de la prisión de Tor di
Nona, en las orillas del Tíber. Sentenciado como culpable de herejía, el
tribunal le condenó a la hoguera, bajo el papado de Clemente VIII, un siniestro
pontífice enterrado en San Pietro in Vincoli sobre cuya tumba aparece un
macabro esqueleto con una guadaña”.
Y la comida… qué cosa
buena hacernos recordar un momento irrepetible: sentarse a una mesa de mantel
de cuadros, con un sol esplendoroso de mayo, viendo pasar a los turistas y con
un profundo olor al orégano de la pasta saboreando un vino de la tierra. Pocas
cosas hay más agradables. Y no puedo menos que agradecerle habérmelo hecho
vivir de nuevo. Es un hombre al que no me importaría invitar a comer con una
buena cerveza fría que sé que le gusta. O un buen vino.
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