“El gobierno debe
restablecer en Cataluña su autoridad en Cataluña su autoridad en todo lo que le
compete, manteniéndose estrictamente dentro de la ley, para que nadie se queje
con nosotros de extralimitaciones ni invasiones, y, dentro de la ley, adelantar
con firmeza, sin perder día ni hora. Que en Cataluña, el Gobierno de la
República tiene que respetar la Constitución, el Estatuto, las leyes generales
de la República que según la Constitución y el Estatuto son aplicables en
Cataluña; las leyes dictadas por el parlamento catalán en uso de su potestad”.
“Las vejaciones y desconsideraciones, de que
ustedes se quejan, no son en el fondo más que actos de gobierno para
restablecer en Cataluña las funciones que por ley corresponden al Estado”.
“Nadie piensa, en el
Gobierno ni en sus alrededores, suprimir la Generalidad. Ni a los Presidentes
del Consejo, ni a los ministros, les he oído nunca nada que de cerca o de lejos
descubra tamaño propósito. La supresión no podría ser más que un acto de
violencia, y solamente sería aplicable y justificable en el caso de repeler
otra violencia en que estuviese complicada la Generalidad. Aún así, lo más
discreto sería hacer responsables a los hombres y respetar la institución, al
revés de lo que se hizo en octubre del 34”.
Se le
cae a uno el alma a los pies viendo aquella masa de refugiados, embotellados,
camino del exilio, muertos de frío y de necesidad. Hasta el presidente de la
Repúblico tuvo que hacer los últimos kilómetros a pie, donde el frío, la nieve y el hielo hizo
complicada la llegada al pequeño pueblo de Callonges (acompañantes suyos
resbalaron y se hicieron daño, no así él, que recordaba su afición andarina por
la montaña). El daño era mucho más profundo en lo moral. Antes, cuando
preparaban los últimos flecos despachó con el ministro de Hacienda sobre las
obras de arte que tenían depositadas en diferentes sitios.
“El Museo del Prado –le
dije- es más importante para España que la República y la monarquía juntas”.
He ahí la preocupación de
un dirigente intelectual, artista. Se plasma dolorosamente por qué así no se
pudo haber ganado guerra alguna. Pero como se ha repetido estos días: los
hombres pasan y las ideas quedan; en este caso, el Arte, con mayúsculas.
“España tendrá que soportar, además de sus
dificultades permanentes, el peso accesorio de una montaña de cadáveres.
Horrible”.
“En el lenguaje figurado de la política se
abusa de las imágenes. Cuando estén colmadas de muertos las cuencas de España,
muchos creerán haber engendrado una nueva patria; o lo dirán, para que la
sangre de sus manos parezca la sangre de un parto. Se llaman padres de la
patria, o sus comadrones, y no son más que matarifes”.
“Una de las primeras cosas que hace en
nuestro país cualquier movimiento político es cambiar el nombre de las calles.
Inocente manía, que parece responder a la ilusión de borrar el pasado hasta en
sus vestigios más anodinos y apoderarse del presente y del mañana. En el fondo es
una manera del subjetivismo español, que se traduce en indiferencia, desamor o
desprecio hacia el carácter impersonal de las cosas. Madrid, administrado casi
siempre por forasteros y analfabetos, ha dado sobre el particular ejemplos de
muy mal gusto, y no ahora, sino de desde hace mucho tiempo. Sobre todo, cuando
le sobrevienen a un concejal ataques agudos de cursilería, y encuentra poco
distinguido, impropio de una gran ciudad, que ciertas calles se llamen del
Lobo, o La Gorguera, o El Soldado o ¡Válgame Dios!”.
“La Iglesia española ha participado en esta
guerra como en una cruzada contra infieles. Ahora cuenta con los moros, y los
infieles son otros. Muchos eclesiásticos han perecido, e incluso en el bando ´nacional´
han sacrificado a algunos. Los consejos de guerra de Bilbao condenan a muerte a
los capellanes de los batallones vascos”.
“Si a tales hombres se les pudiera sonar, como a una moneda contra el
mármol, el sonido declararía su calidad”.
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