miércoles, 30 de noviembre de 2016

DIARIOS DE GUERRA. MANUEL AZAÑA.






“El gobierno debe restablecer en Cataluña su autoridad en Cataluña su autoridad en todo lo que le compete, manteniéndose estrictamente dentro de la ley, para que nadie se queje con nosotros de extralimitaciones ni invasiones, y, dentro de la ley, adelantar con firmeza, sin perder día ni hora. Que en Cataluña, el Gobierno de la República tiene que respetar la Constitución, el Estatuto, las leyes generales de la República que según la Constitución y el Estatuto son aplicables en Cataluña; las leyes dictadas por el parlamento catalán en uso de su potestad”.
  “Las vejaciones y desconsideraciones, de que ustedes se quejan, no son en el fondo más que actos de gobierno para restablecer en Cataluña las funciones que por ley corresponden al Estado”.
“Nadie piensa, en el Gobierno ni en sus alrededores, suprimir la Generalidad. Ni a los Presidentes del Consejo, ni a los ministros, les he oído nunca nada que de cerca o de lejos descubra tamaño propósito. La supresión no podría ser más que un acto de violencia, y solamente sería aplicable y justificable en el caso de repeler otra violencia en que estuviese complicada la Generalidad. Aún así, lo más discreto sería hacer responsables a los hombres y respetar la institución, al revés de lo que se hizo en octubre del 34”.
  Se le cae a uno el alma a los pies viendo aquella masa de refugiados, embotellados, camino del exilio, muertos de frío y de necesidad. Hasta el presidente de la Repúblico tuvo que hacer los últimos kilómetros a pie,  donde el frío, la nieve y el hielo hizo complicada la llegada al pequeño pueblo de Callonges (acompañantes suyos resbalaron y se hicieron daño, no así él, que recordaba su afición andarina por la montaña). El daño era mucho más profundo en lo moral. Antes, cuando preparaban los últimos flecos despachó con el ministro de Hacienda sobre las obras de arte que tenían depositadas en diferentes sitios.
“El Museo del Prado –le dije- es más importante para España que la República y la monarquía juntas”.
He ahí la preocupación de un dirigente intelectual, artista. Se plasma dolorosamente por qué así no se pudo haber ganado guerra alguna. Pero como se ha repetido estos días: los hombres pasan y las ideas quedan; en este caso, el Arte, con mayúsculas.

  “España tendrá que soportar, además de sus dificultades permanentes, el peso accesorio de una montaña de cadáveres. Horrible”.

 “En el lenguaje figurado de la política se abusa de las imágenes. Cuando estén colmadas de muertos las cuencas de España, muchos creerán haber engendrado una nueva patria; o lo dirán, para que la sangre de sus manos parezca la sangre de un parto. Se llaman padres de la patria, o sus comadrones, y no son más que matarifes”.

  “Una de las primeras cosas que hace en nuestro país cualquier movimiento político es cambiar el nombre de las calles. Inocente manía, que parece responder a la ilusión de borrar el pasado hasta en sus vestigios más anodinos y apoderarse del presente y del mañana. En el fondo es una manera del subjetivismo español, que se traduce en indiferencia, desamor o desprecio hacia el carácter impersonal de las cosas. Madrid, administrado casi siempre por forasteros y analfabetos, ha dado sobre el particular ejemplos de muy mal gusto, y no ahora, sino de desde hace mucho tiempo. Sobre todo, cuando le sobrevienen a un concejal ataques agudos de cursilería, y encuentra poco distinguido, impropio de una gran ciudad, que ciertas calles se llamen del Lobo, o La Gorguera, o El Soldado o ¡Válgame Dios!”. 

  “La Iglesia española ha participado en esta guerra como en una cruzada contra infieles. Ahora cuenta con los moros, y los infieles son otros. Muchos eclesiásticos han perecido, e incluso en el bando ´nacional´ han sacrificado a algunos. Los consejos de guerra de Bilbao condenan a muerte a los capellanes de los batallones vascos”.
   
  “Si a tales hombres se les pudiera sonar, como a una moneda contra el mármol, el sonido declararía su calidad”.

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