Acabo de escuchar en la Juan March una charla
con Joan Fontcuberta. Fotógrafo, ensayista y más cosas. No sabía quién era
hasta ahora. Un montón de cosas interesantísimas. Y una anécdota tan sabrosa
que no he podido resistir contarla aquí. Contaba que su padre estuvo a punto a
ser llamado a filas en la llamada quinta del biberón; y se salvó, dice, por los
pelos. Después de terminada la guerra lo enviaron al servicio militar en
Melilla. 4 años. Allí se aburrían mucho. Un día, hablando unos reclutas con otros, se
les ocurrió una idea: hacerse en un estudio de la ciudad una fotografía-retrato
y enviarlas con una carta, todas iguales, a distintas muchachas, amistades de
unos y otros, de la geografía patria con la intención de conocerse y quién sabe:
Logroño, Bilbao, Barcelona, etc. Una de esas cartas llegó, claro está, a la que
hoy es su madre, quien dijo: Oye, pues qué mozo tan guapo. Fontuberta
reflexiona que él existe, y no en sentido simbólico sino en el literal, porque aquella
foto de su padre no estaba desenfocada. Una imagen puede cambiar la realidad,
vaya que sí. Tú y yo, dice, estamos aquí hablando porque aquella fotografía
estaba bien y le gustó, sin conocerse, a la que después fue mi madre. Facebook de
la prehistoria.
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