domingo, 21 de diciembre de 2014

EL GEN EGOISTA. RICHARD DAWKINS.



  Hace ya unos cuantos años que empecé a interesarme por todo lo que salía de la vida de este científico y estrella de la televisión, aparte de azote de la religión, así, en general. Puede ser que lo conociera a la vez que al gran Christopher Hitchens, otro azote. El caso es que hace poco vi que reeditaron el libro por el que se hizo famoso: El gen egoísta (1970). Nunca un título ha sido tan adecuado y provocador. Él mismo cuenta que le dio muchas vueltas y que pidió ayuda a sus amigos para encontrarlo pero prevaleció el suyo. A la vez ha salido de la imprenta Una curiosidad insaciable, primera parte de su autobiografía, que leeré en un futuro no muy lejano. Es otro ejemplo de un científico que sabe mucho y que tiene una habilidad especial para contarlo. La idea principal de este estudio es que los seres vivos somos máquinas desarrolladas y programadas para dar continuidad a los genes que portamos en nuestras células.
  En los humanos, que compartimos mecanismos con infinidad de especies, utilizamos el sexo para tal fin. Y Dawkins ingenuamente nos lo echa en cara: “Así, el problema, es el siguiente: si los pulgones verdes y los olmos no lo hacen, ¿por qué nosotros nos esforzamos tanto en mezclar nuestros genes con los de otra persona antes de hacer un bebé? Parece ser una extraña forma de proceder. ¿Por qué, en primer lugar, tuvo que surgir el sexo, esta extravagante perversión de una reproducción directa? ¿Qué es lo positivo en el sexo?” Me encanta que un ser humano se haga las preguntas que se haría un extraterrestre recién llegado de las estrellas. Es la única manera de ver las cosas en su justa perspectiva.
  El libro también tiene zonas oscuras y espesas en cuanto al entendimiento de este humilde lector. Y no puedo dejar de decir que he estado a punto de saltarme páginas enteras de datos especializados. Pero he vencido esta tentación para encontrar frases como ésta: “Para tomar un ejemplo extremo, en un estudio realizado sobre elefantes marinos, el 4 % de los machos eran los protagonistas del 88 % de las cópulas observadas”. Al fin y al cabo tampoco tenemos tantos motivos para sentirnos tan desgraciados nosotros los humanos. Algo siempre cae.
  Una de las partes que más me ha gustado es cuando habla de las hormigas. “Sin embargo, son muy eficientes en llevar a cabo incursiones en búsqueda de esclavos. Las verdaderas guerras, aquellas en que grandes ejércitos rivales luchan hasta la muerte, solo se conocen entre los hombres y entre los insectos gregarios. En muchas especies de hormigas, la casta especializada de obreros, conocidos como soldados, posee formidables mandíbulas combatientes y dedica su tiempo a luchar por la colonia contra otros ejércitos de hormigas. Dichas incursiones constituye sólo un tipo de esfuerzo bélico”. ¿Tomarán de algún modo nota de todas esas historias a modo de Heródoto? Por si acaso, lectores atentos como Maeterlinck ya nos hicieron saber de manera deliciosa todas esas proezas terribles que pueden ocurrir en el interior de un hormiguero.
  Avanzada la mitad de la lectura llegamos a la aparición de una palabra inventada por él y que tiene que ver con la cultura: el meme. El meme es una idea propagada de mente en mente a través de las generaciones. Como por ejemplo la creencia de la vida después de la muerte. Y ha respondido sin saberlo a la pregunta que siempre hace mi padre en las sobremesas sobre la segura existencia de Dios si en dos mil años la gente sigue creyendo en él. “Dios existe, aun cuando sea en la forma de un meme con alto valor de supervivencia, o poder contagioso, en el nuevo ambiente dispuesto por la cultura humana”. Solo por esta respuesta que tengo ya preparada, por si surge el tema en estas fiestas, merece la pena la lectura de este estupendo libro.

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