Hace ya unos cuantos años que empecé a
interesarme por todo lo que salía de la vida de este científico y estrella de
la televisión, aparte de azote de la religión, así, en general. Puede ser que
lo conociera a la vez que al gran Christopher Hitchens, otro azote. El caso es
que hace poco vi que reeditaron el libro por el que se hizo famoso: El gen
egoísta (1970). Nunca un título ha sido tan adecuado y provocador. Él mismo
cuenta que le dio muchas vueltas y que pidió ayuda a sus amigos para encontrarlo
pero prevaleció el suyo. A la vez ha salido de la imprenta Una curiosidad
insaciable, primera parte de su autobiografía, que leeré en un futuro no muy
lejano. Es otro ejemplo de un científico que sabe mucho y que tiene una
habilidad especial para contarlo. La idea principal de este estudio es que los
seres vivos somos máquinas desarrolladas y programadas para dar continuidad a
los genes que portamos en nuestras células.
En los humanos, que compartimos mecanismos
con infinidad de especies, utilizamos el sexo para tal fin. Y Dawkins ingenuamente
nos lo echa en cara: “Así, el problema, es el siguiente: si los pulgones verdes
y los olmos no lo hacen, ¿por qué nosotros nos esforzamos tanto en mezclar
nuestros genes con los de otra persona antes de hacer un bebé? Parece ser una
extraña forma de proceder. ¿Por qué, en primer lugar, tuvo que surgir el sexo,
esta extravagante perversión de una reproducción directa? ¿Qué es lo positivo
en el sexo?” Me encanta que un ser humano se haga las preguntas que se haría un
extraterrestre recién llegado de las estrellas. Es la única manera de ver las
cosas en su justa perspectiva.
El libro también tiene zonas oscuras y
espesas en cuanto al entendimiento de este humilde lector. Y no puedo dejar de
decir que he estado a punto de saltarme páginas enteras de datos especializados.
Pero he vencido esta tentación para encontrar frases como ésta: “Para tomar un
ejemplo extremo, en un estudio realizado sobre elefantes marinos, el 4 % de los
machos eran los protagonistas del 88 % de las cópulas observadas”. Al fin y al
cabo tampoco tenemos tantos motivos para sentirnos tan desgraciados nosotros
los humanos. Algo siempre cae.
Una de las partes que más me ha gustado es
cuando habla de las hormigas. “Sin embargo, son muy eficientes en llevar a cabo
incursiones en búsqueda de esclavos. Las verdaderas guerras, aquellas en que
grandes ejércitos rivales luchan hasta la muerte, solo se conocen entre los
hombres y entre los insectos gregarios. En muchas especies de hormigas, la
casta especializada de obreros, conocidos como soldados, posee formidables mandíbulas
combatientes y dedica su tiempo a luchar por la colonia contra otros ejércitos
de hormigas. Dichas incursiones constituye sólo un tipo de esfuerzo bélico”. ¿Tomarán
de algún modo nota de todas esas historias a modo de Heródoto? Por si acaso,
lectores atentos como Maeterlinck ya nos hicieron saber de manera deliciosa
todas esas proezas terribles que pueden ocurrir en el interior de un
hormiguero.
Avanzada la mitad de la lectura llegamos a la
aparición de una palabra inventada por él y que tiene que ver con la cultura:
el meme. El meme es una idea propagada de mente en mente a través de las
generaciones. Como por ejemplo la creencia de la vida después de la muerte. Y
ha respondido sin saberlo a la pregunta que siempre hace mi padre en las
sobremesas sobre la segura existencia de Dios si en dos mil años la gente sigue
creyendo en él. “Dios existe, aun cuando sea en la forma de un meme con alto
valor de supervivencia, o poder contagioso, en el nuevo ambiente dispuesto por
la cultura humana”. Solo por esta respuesta que tengo ya preparada, por si
surge el tema en estas fiestas, merece la pena la lectura de este estupendo
libro.
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