sábado, 27 de septiembre de 2014

Johann W. Goethe. VIAJE A ITALIA.




  Éste es el libro que elegí para mi viaje al camino de Santiago. Sabía, por el número de páginas y lo apretado de las letras, que me iba a durar por mucho que leyera. El tamaño también importaba en un viaje en el que se ha de llevar todo siempre encima. Hubo otras opciones pero la forma de diario y las ojeadas que le eché en la librería hizo que lo llevara.
  En 1786 el escritor alemán se fue de viaje sin decírselo a nadie. Se fue a Italia a empaparse por sí mismo en el arte y la vida de la Italia de entonces. “Ahora sólo me importan las sensaciones, que ningún libro o imagen pueden recoger. Lo que cuenta es que el mundo me interesa de nuevo, que pongo a prueba mi espíritu de observación y examino los límites de mi sabiduría y mis conocimientos”.
  Hay una anécdota que me ha recordado mucho a lo que le pasó a M.C. Escher en España: por dibujar unas murallas defensivas (creo que en Cartagena) estuvo detenido por ser sospechoso de espionaje o terrorismo. Le costó convencer a los policías que sólo era un artista en busca de motivos e inspiración. A Goethe lo sorprendieron dibujando unas ruinas, “me preguntaron qué podía tener aquello de notable si no se trataba más que de una ruina”.  El poeta se explicó diciendo que las torres de Malsecina tenían para él solo un interés artístico al igual que el anfiteatro de Verona. La gente se arremolinó alrededor de los dos hombres y Goethe se fue ganando la admiración y la confianza de todos explicando su viaje, los sitios que ya había visitado y la erudición que mostraba de las cosas de Italia.  Al fin lo dejaron libre y en paz. Al final el mismo policía fue amonestado por la muchedumbre y él despedido entre vítores.
   Cuando llega a Venecia exclama que por fin verán sus ojos la belleza esperada durante toda su vida; y el sentimiento de soledad: “Ahora me será dado gozar de una auténtica soledad, por la que tan a menudo  he suspirado con nostalgia; pues en ninguna parte se siente más solo que entre el gentío”. En mi viaje en tren me identifiqué con esas palabras.
  En una ocasión coincidió en un coche de caballos con un oficial del vaticano vestido con uniforme. Para hablar de algo Goethe le mencionó asuntos sobre los soldados alemanes pero el otro le soltó: “No lo tome a mal. Usted podrá sentir simpatía por la vida soldadesca, puesto que oigo decir que en Alemania todo es militar, pero en lo que a mí respecta preferiría quitarme este uniforme y administrar las propiedades de mi padre, pero como soy el menor de los hermanos debo conformarme”.
  El libro está plagado de anécdotas de este tipo. Él fue allí de viaje para aprender de arte: para apreciarlo, observarlo y descubrir las técnicas del dibujo y el color. Sin embargo quizá sea esa faceta la que menos me ha gustado. Demasiadas descripciones, demasiado prolijo. Pero al final, como se dice, el regusto de su lectura ha sido positivo. Otra anécdota para terminar: A Neri, la Iglesia lo envió para estudiar un posible caso de santidad en una monja. Cuando éste llegó al convento lo primero que pidió a  la monja era que le limpiara unas botas sucias de barro. La monja se espantó diciendo que no estaba allí para servir al primero que llegara. Entonces sin más se marchó. Cuando le preguntaron sobre lo ocurrido explicó: “no es ninguna santa, le falta la primera de las virtudes, la humildad”.  A la monja se le prohibió seguir obrando milagros. Sic.

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