martes, 2 de septiembre de 2014

EL TENIENTE STURM. ERNST JÜNGER.



 Después de llevarme un pequeño chasco con los diarios de guerra (1914-1918) de Jünger del que hablé aquí hace unos meses, y después de leerme con verdadero placer todos los tomos (siete) de sus memorias-diarios durante unos cuantos años, el otro día decidí comprar esta novelita, en un centro comercial donde en realidad fui a por fruta, de la editorial TUSQUETS, nunca antes editada en español. Aparte del teniente Sturm y dos de sus amigos, el otro protagonista del libro es la literatura, tan importante para algunas personas para soportar la cantidad de aburrimiento que también tiene la guerra, y más en una guerra de trincheras como fue la primera, y las reflexiones en cuanto al papel del hombre en los nuevos tiempos que se estaban creando. Sobre todo: huir del tiempo “Lo que realmente fascinaba en él era sin duda que sabía prescindir, en una medida poco frecuente, del acontecer actual. Así su trato daba a los amigos lo que inconscientemente buscaban en la bebida y en sus conversaciones literarias y eróticas: huir del tiempo”.
 “Desde la invención de la moral y de la pólvora, el principio de la selección natural por la supremacía del más fuerte ha perdido cada vez más importancia para el individuo. Se puede seguir con todo detalle cómo esa importancia ha ido pasando más y más al organismo del Estado, que, cada vez con más desconsideración, limita las funciones del individuo a las de una célula especializada”.  
  Una muy buena novela a la altura de lo mejor de sus memorias y en las que se pueden sacar una gran cantidad de frases afortunadas:
 “La Revolución francesa resultó eficaz gracias a la palabra “libertad”, en la que se hermanaron para actuar en común el brillante pensamiento de pocas cabezas y el estómago hambriento de muchos cuerpos”.
“No le asustaba la muerte –ésta era segura- sino el azar, ese movimiento vacilante, a través del tiempo y del espacio, que en cualquier instante puede hundirse en la nada. Esa sensación de ser portador de valores y sin embargo no ser más que una hormiga que, al borde del camino, aplastó la distraída pisada de un gigante”.
  “Después de haber poseído, conocido y despreciado todo lo ensencial, ¿qué podía ofrecerle a él la penetración física? Era todo el placer y todo el tormento comprimidos en un solo instante. Era amor, odio y autoengaño, vuelo y caída, materializados en un acto jadeante. Era lo animal, de lo que todo procedía y a lo que todo abocaba. El resto, náusea”. 

  Uff; los pensamientos inquietantes y certeros de un entomólogo.

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