martes, 6 de junio de 2023

EL AZUL RELATIVO. ANDRÉS TRAPIELLO.

   Después de ver en ese puesto de Recoletos a Trapiello, donde me firmó el último Éramos otros, seguí en dirección Plaza de Castilla viendo los demás tinglados. En uno de ellos charlé un rato con el dueño de una librería de viejo de Barcelona especialmente bien surtida y le compré los otros dos de Trapiello que me llevé ese día: éste y la novela de la que él mismo dice que hablaron tan mal los críticos: La malandanza.

  Me decidí porque en el prólogo confiesa que este libro, en realidad una conjunción de artículos en la Vanguardia, podría ser un complemento a sus diarios, un pequeño Salón de los Pasos Perdidos. Editorial Península, año 99 y finito de tamaño. He tardado día y pico en leerlo, siempre con asombro y admiración.

  Una pullita de las que me gustan en torno al arte vanguardista: “Chillida era un escultor que todo lo que hacía era siempre un monumento a la democracia, a la libertad, a la patria común de los vascos, a la concordia, de modo y manera que si alguien osaba decir que no le gustaban tales obras, pudiese de inmediato ser acusado, ante la comunidad, de ser enemigo de la libertad, de la democracia, de los vascos, y, por lo tanto, de reaccionario, el peor de los insultos en los años bobos”.

  Y una de esas casualidades de la vida. Antes de llegar a leer el octavo artículo, Lo raro que es todo, fui a acompañar a mi hija a un gran centro comercial y mientras ella procedía con sus cosas yo me fui al Book que intento evitar, como los enfermos del juego en los bingos. El caso es que había en el montón de 1 euro libros bastante apetecibles. Me llevé tres tochos, uno de ellos una biografía de María de la O Lejárraga. Pues nada más llegar a casa leo esto en el dicho artículo: “María de la O Lejárraga, la mujer de Martínez Sierra, estuvo a principios de siglo en ese viejo hospicio de León. Es éste uno de esos datos mínimos que vienen en las biografías, si vienen, y en los que, como es lógico, nadie suele reparar”. Veremos, ya me enteraré porque me acordaré de esto.

  En el siguiente, La realidad invisible, me asaltó un prurito de vanidad pero como esto es para mí y sólo para mí, lo plasmo tal cual. Desde la primera frase ya sabía de quién iba a hablar: “Hace sesenta y cinco años una señorita elegantemente vestida alquiló un taxi y ordenó al chauffeur que la condujese a las Rozas…”, etc. Ya sabía que se trataba de Margarita Gil, la escultora que se suicidó de un pistoletazo por el amor no correspondido de Juan Ramón Jiménez.

  De los viajes: “Hay dos momentos especialmente hermosos de un viaje: su preparación y el regreso”. No puedo estar más de acuerdo. Pocas cosas me gustan más que abrir la puerta y entrar en casa, ver mis cosas tal cual las había dejado.

  Acabo la lectura, apenas un par de días, lo cierro, y alivia la pena el que aún me quede uno de los suyos por leer.

  Editorial Península. Año 99. 174 páginas.

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