lunes, 12 de diciembre de 2022

LAS INCLEMENCIAS DEL TIEMPO. ANDRÉS TRAPIELLO.


    Uno de los pocos tomos de los diarios que aún me faltaban. Quedé con Alfonso Meléndez, el tipógrafo que maqueta casi todos los libros de Trapiello, el pasado 21 de noviembre. Puerta del Corte Inglés de Princesa. Se retrasó bastante porque hacía gestiones tipográficas por Madrid. Al final quedamos en encontrarnos bajando Princesa yo, y él subiendo. Él me dijo que llevaba un chambergo verde. Yo una gorra negra. Él me abordó porque yo esperaba ver un señor con sombrero de ala ancha y no un chaquetón, que es a lo que él se refería. Ambos teníamos razón. Al enterarse que me faltaban algunos títulos de sus diarios, en el Facebook, me ofreció uno que le sobraba: Las inclemencias del Tiempo, correspondiente al año de edición 2001, y al 1996, el año narrado. No me quiso cobrar nada. Encima ha sacado La Fuente del Encanto, el libro de poesía y prosa que editó el año pasado también de autoría trapiellana y me lo ha regalado también. No sabía cómo darle las gracias. Decir que si se encuentra de segunda mano cuesta un pastizal. Le invité a comer porque nos habían dado las dos de la tarde pero tenía prisa. Me contó que acababa de estar con él, con el autor, y que a final de año o principios del que viene saldría su nuevo libro del Salón de los Pasos Perdidos.

  Antes había estado en la Librería Solidaria de Argüelles y me llevé por cinco euros La vida de los doce césares, de Seutonio y una biografía de Spinoza, el filósofo que tanto le gusta a Savater. Qué contento llegué a casa!! Me despedí de Alfonso Melendez diciéndole que existen los cuentos noveleros de final feliz.

  Leer estos diarios de forma tan caótica le da un aire de película moderna, con saltos en el tiempo adelante y atrás. En este volumen sus hijos son niños y ellos jóvenes de cuarenta y pocos años. Por lo demás los mismos temas, siempre tan eternos, la vida de ellos, la nuestra.

  Como sé que estos libros estarán conmigo hasta mi muerte o por causa de alguna catástrofe, me permito de hacer subrayados e incluso alguna anotación respetuosa o admirativa. Este párrafo no he podido dejar de plasmarlo aquí tan acertada es su imagen. Podríamos decir que la esencia de sus libros y de la literatura en general:

  “A uno le gusta que le cuenten historias. No tiene necesariamente que ser exactas. ¿Dónde está la exactitud en los recuerdos? La única exactitud de un recuerdo está en sí mismo y la única verdad es que esté bien contada. Una verdad mal contada es media mentira. Y al revés, media mentira bien contada no es una verdad, pero ha dejado de ser una mentira. Esto, desde un punto de vista jurídico, sería un atropello. En literatura es la misma ley de la gravedad, y sin ella no se puede dar un paso”.

  No debe ser fácil tratar temas profesionales con Trapiello. ÉL mismo lo reconoce y algún apunte me soltó su tipógrafo. De estas tensiones salen casi siempre los mejores trabajos, las mejores obras de arte.

  “Cada tarde estoy yendo a la oficina de la Gran Vía a trabajar con A. Gran tipo este A. Parecemos los dos, durante horas, un par de zapateros remendones, metódicos, escrupulosos, pacientes”. “A uno le gusta del oficio del tipógrafo todo”.

  Con estos diarios me ha pasado lo que con ningún otro libro: la risa y las lágrimas. Sí, a veces he carcajeado con uno. He llorado con otros. Pero el revuelco emocional al que me transporta él no lo he encontrado en ningún otro autor. En este caso en concreto la escena de la desaparición de la portera de su casa de Conde de Xiquena ha sido todo un ejercicio de abdominales: ¡qué dolor! ‘qué risa! ¡qué milagro esa potencia expresiva!

  Tiene una visita de sus padres. Aún están vivos. Y me ha tocado la fibra porque he tenido recientemente un episodio triste con el mío. “Le intrigaban a uno él y ella, padre y madre, y sin que se dieran cuenta se les quedaba mirando a hurtadillas, como sui les espiase, en el fondo como a seres extraños en los que nos reconocemos de una forma oscura e inevitable”.

  Y qué decir de la publicación de la carta de un lector y admirador suyo, cosa que casi nunca ha hecho. Especialmente este párrafo: “Supongo que soy un hombre mediocre y a veces pienso que el ser un lector empecinado puede que me redima en parte de dicha mediocridad”. Cómo me identifico con él y cuántas veces he sentido en acercarme a esta frase. Luego sigue divagando sobre la frase de Borges: “que otros se jacten de los libros que han escrito”, etc. Él dice que habría empleado mejor la palabra enorgullecer.

  Alfonso Meléndez me prometió que avisaría cuando encontrara el Do fuir que me falta para tener todos los Pre-textos de Trapiello. Ojalá no sea larga la espera. De momento, enseguida, el nuevo Salón de los Pasos Perdidos.

  Una cosa que no he leído nunca en estos diarios es la narración de alguna elaboración culinaria. A Andrés nunca le he visto cocinar. Sí comer, reuniones con amigos y en verbenas varias, pero cocinar nunca. Nadie es perfecto.  

  Este poema me ha salido de lo más dentro del corazón.  

  

 Una verdad: Si quien sabe de Cervantes es cervantista

para mí, quien sabe de Trapiello es un trapiecista.

Él dirá que no.

Leo otro de sus diarios, como un niño en el circo

que ríe y llora con sus trucos de magia,

con los trapecistas, el mono y el payaso triste.

Las inclemencias del tiempo.  

Ser algo más feliz con su lectura:

las librerías de viejo, Las Viñas, los viajes, las ratas, la familia,

los libros, el Rastro, el piso de Xiquena, los premios literarios,

las anónimas personas, los amigos y enemigos,

las mujeres bellísimas, los libros, la enfermedad,

el tiempo y la muerte, los libros, la vida.

El milagro de la emoción concentrada, elevada, agradecida,

que cierra su libro ya, al fin, con los ojos rendidos. Los libros.

Él dirá que no.

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