viernes, 5 de agosto de 2022

MARTA REBÓN. EN LA CIUDAD LÍQUIDA.

  Conocí a esta escritora a raíz de leer con asiduidad el Boomerang, ese conjunto de blog de periodistas que colgaban, que cuelgan, que dependen, del grupo Prisa. Está bien, hacen reseñas de libros interesantes y hay escritores que escriben allí que me interesan de manera especial. Marta Rebón fue una de estas escritoras que me interesó desde el principio. Mujer joven que escribe bien y que sabe cosas y que las sabe contar. Especialista en cosas de la traducción y del mundo eslavo.

  “Las ciudades líquidas son aquellas cuyos contornos se reflejan en las aguas de un río o de un mar”.

  El libro, muy bien editado por Caballo de Troya, hace un recorrido por la literatura y los paisajes que le son cercanos. Es sabia. Además está salpicada casi en cada página de fotografías tanto de ella como de fotos míticas.

  Lo compré el día que fui a la feria del libro. Apenas vi nada que me interesara y el que buscaba no lo tenían, el Viaje a pie de Pla. Así es que me fui a una que casi nunca defrauda, la Antonio Machado. Efectivamente tenían el del ampurdanés, y vi que tenían este en la sección de viajes. Y como lo tenía en la lista desde hacía mucho, lo compré.

  Es también un libro nodriza que habla y recomienda otros libros. Y, claro, también habla de traducciones. “Dice que los traductores profesionales se ven a sí mismos como escritores y concluye: Creo que estamos en lo correcto al considerarnos así”. De un libro, el Réquiem de Ajmátova: “monumento literario a las mujeres que hacían cola durante días enteros para tener noticias de sus seres queridos”.

  Cita cosas curiosas e interesantes como cuando recuerda aquel caso tan sorprendente de aquel médico que en una expedición se operó a sí mismo de apendicitis: “Leonid Rógozov, que, durante una expedición a la Antártida, con veintisiete años, tuvo que extirparse el apéndice. Después de haber viajado más de treinta días por mar hasta la base científica, y sin posibilidad de volver atrás ni de que lo rescataran por avión debido a las fuertes ventiscas, se vio forzado a abrirse el abdomen en una situación de vida o muerte sin saber si lo de practicarse una operación a sí mismo era humanamente posible”.

Recuerda una frase de Vida y destino: “La vida se extingue allí donde hay el empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia”. Y en un campo penitenciario soviético se podía leer en la entrada: “Conduciremos a la humanidad a la felicidad”. Qué cerquita se encuentran siempre los extremos.

    “Nikolái, el científico que quiso salvar a la humanidad de las hambrunas sucumbió de inanición en  una infecta prisión de Sarátov por no alienarse con las ideas de su adversario científico Lysenko, protegido de Stalin, cuyo nombre hoy se utiliza precisamente para referirse a los casos en que la ciencia se supedita a la política”.

  Frases para anotar de puro curiosas: Para Dovlátov, tal como manifestó en una ocasión, la mayor desgracia de su vida fue la muerte de Anna Karénina”.

  En definitiva, un libro que me ha deparado momentos de verdadera felicidad. Seguiré leyendo a Marta Rebón.

 


 

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