En noviembre del año pasado (creo que ya lo conté) leí un artículo de Azúa en el que encumbraba la obra de Ortega y Gasset, El Espectador. Y después de unas cuantas búsquedas vi que lo tenían en una librería que frecuento. Me lo llevé pero en un montón de al lado de la caja tenían este del explorador, lingüista, traductor, etc, Richard Burton. Editorial Valdemar en formato pequeño, ocho euros. De este autor supe por haber leído hace ya décadas las obras completas de Borges en edición del Círculo. Hablaba sobre todo de él como uno de los primeros y más acreditados traductores de Las mil y una noches.
En el libro se cuenta la crónica del viaje que en 1857 él y Speke hicieron para descubrir el nacimiento del Nilo. Es, ya lo dice en la contraportada, un resumen de los numerosos diarios que fue escribiendo después de las dificultosas jornadas. Siempre me ha atraído ese tipo de personas que son capaces de vencer al cansancio y realizar la tarea fatigosa de ir anotando las vicisitudes del camino. “Tal vez algún día, en la época en que esta tierra fecunda adquiera valor, se introduzca en ella algún pájaro que destruya la tsétsé, haciéndole a África uno de los regalos más preciosos de cuantos podría recibir”.
Por supuesto el explorador con toda su inteligencia y erudición era hijo de su tiempo. Se aprovechaba de la esclavitud que por otra parte era indispensable para abordar semejante empresa en tierras desconocidas. “En estos lugares de una fertilidad exuberante, la naturaleza ha hecho de su generosidad una maldición para el hombre, pues al proporcionarles raíces, hierbas, fruta, caza y algunos granos, con los cuales se contenta, le ha dispensado del trabajo, pero le ha vuelto inútil para el progreso”.
Cuenta escenas terribles como esa vez que se cruzan con otra enorme caravana: “Habían muerto allí mismo, en el lugar en que les fallaron las fuerzas: ninguna aldea quiso recibirlos, ningún amigo se detuvo para socorrerlos, y una vez caídos en tierra permanecieron solos y moribundos hasta que el buitre, el cuervo, la hiena o el chacal terminaron con su agonía”.
Me gustó más la película de 1990 de Bob Rafelson. Y como curiosidad la portada del libro, que es una reproducción de una pintura en el desierto del pintor romántico David Roberts, de quien hace unos días vi la exposición Pintores románticos junto a su conocido español Pérez Villamil.
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