He querido que mi primera lectura del año fuese de Ciro Bayo, literato descubierto por mí recientemente y al que le profeso desde ya una rendida admiración. Da igual que muriera en el año 39, para mí es actual.
El libro relata un viaje de tres meses en el año 1911, bueno, la edición de la primera edición es de 1911, un viaje calcado al que hicimos este verano: Madrid, Córdoba, Sevilla, para continuar por Málaga, Almería, Murcia, Alicante, Valencia y hasta Barcelona.
Me ha parecido divertidísimo. Lleno de aventuras y retratos humanos, de aventuras y desventuras, como un hidalgo quijotesco. En una escena, después de una caminata se va al río a asearse. Hay más vagabundos como él. Y se arrima a uno de su figura.
“Así como quien no quiere, me senté a su lado y trabé conversación con él. De buenas a primeras comprendí que era sevillano hijo de la localidad. Empezamos por medias palabras y, al fin, nos espontaneamos...”.
Qué expresión más bonita: Nos espontaneamos.
En otra cuenta el encuentro con una pastora de diecisiete años, cerca de Elche, sola. Estamos hablando de hace más de un siglo. Es la escena más atrevida a mi modo de ver y ahora, si se contara ahora, sería un escándalo. Recordemos que no es una novela sino la crónica de un viaje. Él tiene treinta y tantos. Aprovechando que la niña tiene calor y que hace poco la han obligado a ponerse una especie de sostén la ayuda para quitárselo y meterle mano encontrándola rendida al instante. “Ya estabas madura para esto”.
“Por esto dijo el filósofo que el ver siempre las cosas por un prisma alegre vale más que una renta de miles de duros.
-Dígame, mosén, ¿dónde se vende este prisma de color de rosa?
-En ninguna parte: hay que fabricárselo en las moradas del alma”.
De todo se aprende.
“El sabio compara las malas lenguas a una navaja de afeitar, y esto lo tengo muy presente porque, como soy el más calificado en las tertulias de la aldea procuro no ofender ni lastimar a nadie, y si me piden mi opinión, darla con el mismo tiento y cuidado que el cirujano hace una incisión entre los nervios y los tendones. Procuro ser condescendiente, porque la condescendencia viene a ser como un ejercicio de la caridad”.
“Como el asno de Budirán, entre el agua y la cebada y no saben por dónde tirar”.
Algunas veces sale airoso de aprietos debido a su gran erudición. Era abogado pero de una formación humanista tremenda: sabía de clásicos, de geografía e historia, de ciencias naturales, de sus contemporáneos, de los que muchos se contaban entre sus amigos.
En uno de estos aprietos, y después de recitar a un clásico le dicen: “¿Ha oído usted contar de aquellos prisioneros siracusanos a quien Metelo perdonó la vida porque les oyó recitar versos de la Iliada? A este tenor, yo le perdono el estropicio de mi viña y le absuelvo de todo cargo”.
Y ya está, ya tengo en la recámara, esperando a su turno, Las Grandes Cacerías Americanas.
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