martes, 2 de noviembre de 2021

La confianza en la justicia.

 Hablando de la justicia y sus  fallos, nunca mejor dicho. Ser juez es de lo más difícil del mundo. Por eso suelen llegar los mejores, los que con más firmeza estudian, los más determinados a serlo. Nos llega el eco atroz de un caso tremendo, pero no los cientos, miles, que salen bien. De los que apuestan por una reinserción y aciertan. De esos no oiremos nada. Uno de los capítulos más didácticos del Quijote, que ya es mucho decir siendo el libro más didáctico del mundo, es cuando a Sancho por fin le hacen gobernador de su Ínsula. El cargo, ficticio solo para los sujetos que sabían de la broma, llevaba emparejado el de ser algo así como juez de paz. Él estaba contento y orgulloso del poder que se le había otorgado tanto por sus méritos como de las buenas artes de su señor, sin embargo pronto comienzan a aparecer los primeros pleitos, cada vez más difíciles de resolver a pesar de tener una inteligencia superior de hombre de campo. Aplica todo su saber y sentido común y a pesar de eso los casos se van presentando cada vez más peliagudos. Pronto quiere renunciar. Demasiada carga para sus hombros. Tenemos que respetar la labor judicial, incluso cuando nos dan la razón. Para ilustrar esto podemos hacer un ejercicio de cómo actuaba la justicia en siglos pasados: decapitaciones, despojo de bienes por mera denuncia, exilio en la otra parte del mundo por haber robado unas gallinas (ingleses enviados a Australia), etc, etc. También en la justicia todo tiempo pasado fue peor. Ahora, imagino, se afinarán los procedimientos para intentar que casos como este no se vuelvan a producir.

 

  Una buena mujer dice que el vendedor de cerdas le ha quitado su honra después de haberla guardado durante más de veinte años. Ambos son llevados ante Sancho que escucha y procede. Este capítulo debería ser de obligada lectura en las facultades de derecho. Y en las de feministas recalcitrantes. Este es el capítulo para quien quiera pasar un buen rato.

 

-¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y estranjeros; y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

484 -Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este galán -dijo Sancho.

Y, volviéndose al hombre, le dijo qué decía y respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:

-Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea,topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente, y ella, mal contenta,asió de mí, y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin

faltar meaja.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y, haciendo mil zalemas a todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa:

-Buen hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

Y no lo dijo a tonto ni a sordo, porque luego partió como un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

-¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

-Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.

-¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

-Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

-Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a  la esforzada y no forzada:

-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, sopena de docientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!

Espantóse la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre:

-Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie.

El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador.

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