sábado, 6 de noviembre de 2021

FERNANDO PESSOA. LIBRO DEL DESASOSIEGO.

 

  Relectura de este libro imprescindible. Demasiados años. 1994. Aún no había nacido mi hija. Era por tanto otro mundo para mí. Y he querido revivir esa atmósfera de tristeza vital que tanto me reconforta paradójicamente. Los grandes escritores son capaces de impregnar al lector con su espíritu. Así, al final del libro escribí estas letras, seguramente estaba en El Retiro, o en La Granja, o en Aranjuez, o algún otro parque:


Olor a piedra antigua y mojada,

De agua de fuente siempre agitada

Reflejos de luz y arrullo de manantial

De aire claro impregnado de colores y rosales.

 

  El libro de Pessoa es en parte un diario, un ensayo, un viaje, un observatorio, y todo lo mira de una manera ajena. No se siente a gusto en su piel, en su mundo, y siempre quiere ser otro, como todos.

  Tengo bastantes subrayados pero he agregado otros que quizá no me llamaron la atención hace tantos años. Para estos he añadido una N al final. “Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas”.

  “Mi patria es la lengua portuguesa. No me pesaría que invadiesen o tomasen Portugal, siempre que no me molestasen personalmente. Pero odio, con odio verdadero, con el único odio que siento, no a quien escribe mal portugués, no a quien no sabe sintaxis, no a quien en ortografía simplificada, sino a la página mal escrita”.

  “Una sola cosa que me maravilla más que la estupidez con que la mayoría de los hombres vive su vida: es la inteligencia que hay en esa estupidez”.

“Me irrita la felicidad de todos estos hombres que no saben que son desgraciados”.

 “La mayoría, si no la totalidad, de los hombres viven una vida desdeñable”.

“Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido de la inacción”.

  Un ser solitario aunque amable y educado. Tocar le parecía uno de los sentidos más mundanos. “Yo no soy pesimista, soy triste”.

  “Yo, que odio la vida con timidez, temo a la muerte con fascinación”.

  “Dijo Heine que, después de las grandes tragedias, acabamos siempre por sonarnos la nariz”.

  “Vivimos una bibliofilia de analfabeto”.

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