viernes, 19 de noviembre de 2021

FRANCISCO UMBRAL. TRAVESIA DE MADRID.

 


  Lo vi en una de las mesas del Rastro donde están los libros a montones. La gente los va cogiendo, les echa un vistazo y, casi siempre, los devuelven como si fueran capturas deportivas de peces. Dos eurillos. De la desaparecida editorial Casa del Libro. Año 72, novela del 66. Pasta dura y plastificada. “La angustia es el vértigo de la libertad”, de Kierkegaard.

  Siempre me ha gustado leer a Umbral. Era lo primero que leía cuando veía un Mundo por ahí suelo, su artículo en la parte de atrás. Trata sobre los duros principios de un joven que llega a la capital en los años sesenta. Yo viví aquel tiempo siendo un niño y ya se sabe que los niños, si tienen vidas normales, viven siempre en una especie de paraíso del que al poco son expulsados. El joven, claramente alter ego de Umbral, se debe buscar la vida en la capital. Fondas deprimentes, escaso parné, olor a tranvía y a metro sucio. Pero también lleno de posibilidades, de encuentros, de novias. En la novela hay una colección de novias, de cigarros compartidos, de guateques, de cine, de esperanzas.

  “Madrid es una ciudad amable, casi recoleta, al alcance de la mano, para quien tiene dinero y un coche. Madrid puede ser una ciudad inmensa, agobiante, un desierto de asfalto, una fortaleza hostil, para quien no tiene coche ni dinero”.

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