Albert Speer, fue el joven arquitecto de
Hitler. Le encargó siendo apenas un veinteañero, la creación de grandes obras. Posteriormente,
viendo que era tan efectivo, que tenía una capacidad de organización increíble,
lo nombró ministro de armamento, donde, en la guerra, dispuso de casi toda la
industria alemana para transformar millones de toneladas de materias primas en
sistemas de armas letales.
En
las primeras páginas cuenta que su abuelo “no era más que un pensativo hombre
de la Selva Negra, capaz de estar horas y horas sentado en un banco del bosque
sin despegar los labios”.
Lo primero que se debe considerar de la
lectura de este libro es que Speer escribía muy bien. Sus informes, sus “memorias”
de los años cercanísimo al gobierno, más de una década, tenían calidad y eran tenidas
en cuenta. En la contraportada se dice: “Serán las únicas memorias del III
Reich que, siendo de gran interés, invitarán además a la lectura”.
Speer era un hombre brillante en muchos
aspectos. Debía tener una personalidad amable, cercana, simpática. Incluso en
su época de los juicios, sus captores le trataban con el mayor de los respetos.
Todos los hombres de Hitler eran brillantes pero
también rendidos a su aureola. “Uno se sentía siempre bajo la responsabilidad
de otros y no se veía obligado a responder por la suya. Toda la estructura del
sistema se dirigía a evitar los conflictos de conciencia”. Sin embargo casi
todos rehuyeron haber sido responsables en su grado excepto Speer y pocos más.
Aceptó su destino y responsabilidad para descargarla de la nación alemana. En
ese sentido y solo en ese, es un gran ser humano. De hecho lo han llegado a llamar
el “buen nazi”.
Hitler exigía el máximo sacrificio, la
completa sumisión a su “sacrosanta” misión, y aun así veía insuficiente el
sacrificio alemán. En palabras de Hitler: “tenemos la desgracia de que nuestra
religión no es la mejor. ¿Por qué no será como la de los japoneses, que
consideran que lo más elevado es el sacrificio por la patria?”.
El estilo es de una eficacia a la altura de
pocos escritores que, al fin y al cabo, no son profesionales. Cuenta algunas
escenas, algunos encuentros, algunas anécdotas como el mejor de los escritores.
Por ejemplo. Va viajando en un tren. Estamos en mitad de la guerra. Paran en
una estación en la otra vía pasa, lentamente, un tren procedente del frente.
Los soldados vienen famélicos, heridos, derrotados y miran fijamente la comida
del vagón donde van los dirigentes nazis. Hitler ordena bajar todas las
cortinas.
Este libro es el típico que veo cuando sale
publicado, no lo compro por ser caro (casi treinta euros), pero siempre que voy
de visita a las librerías, cojo entre las manos y lo vuelvo a dejar con pena.
Este mes por fin me decidí. Y no me he arrepentido. Una lectura provechosa,
interesantísima, didáctica para comprende el funcionamiento de un tipo humano
que el mismo Speer declarara en Núremberg: Que la evolución de la organización política unida al avance de la
técnica puede poner en peligro la civilización humana.
La
eterna cuestión de la obediencia debida y el ser o no consciente del mal si uno
está metido en el engranaje de responsabilidades en cadena. “Uno se sentía
siempre bajo la responsabilidad de otros y no se veía obligado a responder por
la suya. Toda la estructura del sistema se dirigía a evitar los conflictos de
conciencia. Eso hacía absolutamente estéril cualquier conversación y discusión
entre personas de la misma ideología”.
Hay una fascinación, una adicción a leer
estas cosas cuando quien las escribe es un testigo de primera mano y además un
agudo observador. En un momento, ante un bombardeo de Berlín, se siente
absolutamente sobrecogido por el espectáculo. “La iluminación de los paracaídas
de las bombas incendiarias, llamadas “árboles de Navidad” por los berlineses,
los relámpagos de las explosiones que se entremezclaban con las nubes de humo;
los incontables reflectores que buscaban aviones en el cielo; el excitante
juego del aparato intentando rehuir del haz luminoso al ser descubierto...”.
Otro de los detalles que he descubierto en
cuanto a la condición humana es cómo hombres inteligentes y abiertos son
incapaces de ver la realidad, cómo se es capaz de engañarse a sí mismo. Hay una
conversación entre el general Galland y Göring. Se han visto cazas americanos
en Aquisgrán. “le ordeno oficialmente
que admita que los cazas americanos no llegaron hasta Aquisgrán”. No se ve o no
se quiere ver: “No conocían al invierno ruso, las condiciones de las carreteras
o las fatigas que soportaban los soldados, que, sin alojamiento, mal equipados,
exhaustos y medio congelados, tenían que vivir en agujeros abiertos en la
tierra, con una capacidad de resistencia quebrantada desde hacía mucho tiempo”.
Hay una escena que describe bien el hecho de
que, más temprano que tarde, al final uno debe abrir los ojos a la realidad.
Goebbels ha creado una imagen potente de Hitler ysu gobierno. Contratan a una
serie de secretarios a fin de confeccionar unas actas de las reuniones. Ahí
ellos se dieron cuenta de que eran seres humanos como todos: llenos de dudas y tragedias:
“Para mí era como delegados del pueblo, condenados a ser testigos de primera
fila de la tragedia”.
Speer no deja de caer también en una especie
de ego tremendo. Quiere que le quieran y siente celos en cuanto baja el nivel
de aceptación de quienes le rodean. Para eso recuerda un artículo publicado en
un periódico inglés. Dice así: “Speer es hoy, en cierto modo, más importante
para Alemania que Hitler, Himmler, Göring, Goebbels o los generales. En
realidad, todos ellos no son sino colaboradores de este hombre, que es quien
realmente dirige la gigantesca máquina bélica y saca de ella el máximo
rendimiento”.
Cuando acaba la guerra un general americano
que le interroga le dice que de haber sabido su importancia habría dedicado
todo el esfuerzo del bombardeo en sepultarlo bajo tierra. Ahí le vuelve a salir
la vena vanidosa y confiesa que fue uno de los mayores elogios recibidos.
Magníficas memorias que se encontrarán entre
lo más valioso de mi biblioteca. Dos semanas de fascinante inmersión en el
horror pero desde una mente privilegiada.