miércoles, 30 de junio de 2021

JOVELLANOS. MANUEL FERNANDEZ ALVAREZ.

 

   Termino la lectura de la biografía de Jovellanos, de Fernández Álvarez. Quizá el buen regusto que me dejó su recién leída biografía de Carlos I hizo que la comprara en el Rastro. Tres euros en uno de los puestos del Campillo del Mundo Nuevo. Qué emoción cada vez que llego en esos esporádicos domingos en los que voy, ya sea sólo o acompañado en busca del tesoro. Ya se sabe, para estar de acuerdo con Trapiello, que es mejor ir sólo; nadie te meterá prisa. Casi siempre encuentra uno una sorpresa que no buscaba, aunque no siempre, puede ser que uno encuentre nada más llegar lo que hace tiempo viene buscando, o sorpresas más que agradables, como el penúltimo día que fui, que encontré un billete dentro de las memorias de Grass, cinco euros, que era justo lo que costaba el libro. Bueno, el caso es que compré este libro y que me ha encantado. ¡Qué descubrimiento!  Qué maltrato a un grande de España. Qué mal hemos tratado a los ilustrados y qué inercia la de la Inquisición y el absolutismo. Al menos su castigo, el destierro en la Cartuja de Valldemosa y en el Castillo de Belver lo supo convertir en un retiro donde hizo amigos, paseos y estudios. Por cierto que se podría hacer una serie con el viaje que hubo de hacer desde Gijón, escoltado por cuatro soldados y un enviado de las cortes, Andrés Lasauca, hasta Cataluña durante un mes, en el que ambos hicieron un diario y en el que se hicieron amigos. Lasauca, su vigilante, lloró de emoción cuando lo entregó a las autoridades militares para embarcarlo hacia Mallorca. A todos los guionistas y productores que lean estas letras: ¡aquí hay una buena serie! Para la mayoría de la gente (hasta para mi hija que acaba de terminar como quien dice su bachiller) Jovellanos es un personaje del siglo de la Ilustración de los llamados afrancesados. Así, sin más, sin matices. Pero leyendo esta pequeña joya dan ganas de ponerse a escribir un guión.

 

  En el libro se cuenta que Jovellanos era de una familia de clase alta venida a menos, más si tenemos en cuenta que eran un porrón de hermanos. Nació en una casa en Gijón, hoy convertida en casa museo. En El Prado se conserva uno de los mejores retratos que hizo Goya. Siempre que lo he visto, sin ser consciente de lo que después sabría, me ha procurado sosiego. Muestra haber sido una persona inteligente y buena en el mejor sentido de la palabra.

  Al ser de familia numerosa la familia guardó para él un destino como eclesiástico y lo envió a estudiar interno bien temprano. Pero él tenía otras inquietudes. Pronto destacó en los estudios. Con solo veinticuatro años fue nombrado por Carlos III magistrado de la Audiencia de Sevilla. En su tierra funda el instituto de Minerología y Náutica. Luego vino Godoy, los franceses, Fernando VII, los destierros y, huyendo de nuevo de los franceses, el “¡afrancesado!”, la muerte en 1811, en Puerto de Vega.

  “Aunque el desastre de Lisboa de 1755 había rebajado sensiblemente el optimismo de los ilustrados sobre la felicidad de la vida terrenal, la Ilustración seguía pregonando los mandamientos del nuevo credo: en religión, la tolerancia al menos, o en todo caso un deísmo; en política, el liberalismo; en la estructura social, la supresión de los privilegios nobiliarios y eclesiásticos. Frente a la naturaleza, la ciencia y la técnica. Frente a la superstición y la mentalidad mágica, la ironía y el ridículo”.

  Seguiré leyendo a este sabio historiador que tan merecida fama tuvo durante unos años.

viernes, 25 de junio de 2021

El Mal de Corcira. Lorenzo Silva.

  Acabo de terminar esta novela, El mal de Corcira. Corcira es la actual isla de Corfú y en ella se desarrolla parte de la historia que se cuenta en el libro de Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso. Así que ya lo tengo en la lista de futuro libro para comprar. La novela, bien. La he leído sobre todo porque narra cosas relacionadas con el terrorismo de ETA en los años ochenta y noventa, los peores. Y se habla de todo: también de las torturas. Y recuerda cómo se detuvo al famoso Henry Parot: fue un guardia civil en un control rutinario cerca de Sevilla: le mosqueó la pintura tan reluciente para un turismo con esa matrícula.

  De la serie de Bevilacqua he leído solo cinco. En esto tampoco soy muy seriófilo. O sea, como he dicho, he comprado esta novela por su implicación a hablar sobre el terrorismo en el País Vasco. Y no me he arrepentido. Toca varias vetas ya sea para bien o para mal.

Dice el académico Antonio Muñoz Molina que «Lorenzo Silva retrata la Guardia Civil con un cuidado semejante al de Le Carré cuando escribe sobre el espionaje británico.» Y parece decirlo con algo de recochineo. Pues no, también se cuentan cosas malas que no dejan en buen lugar el nombre de la Benemérita, pero lo achaca a elementos indeseables, como hay en todos los estamentos. Si no existiera en este país la Guardia Civil, habría que inventarla.

  También mezcla acertadamente el ambiente gay con los mundos de ETA, ¿por qué no?

  Me encanta Lorenzo Silva en su serie de la Guardia Civil, sin que sea yo muy aficionado a la novela de crímenes, a la novela negra, pero donde más me gusta es en sus libros cuando habla de personajes reales, mezclándolos con su peripecia de investigación: genial. Reconocerán tu nombre, El nombre de los nuestros...


 

viernes, 18 de junio de 2021

MARIQUITA LEÓN. JOSÉ NOGALES.

   Este mes hará tres años que fuimos de vacaciones a Cádiz. Tenemos un recuerdo maravilloso de aquellos días. La luz (qué fotos increíbles), la frescura del verano –nada que ver con el sofoco de Sevilla-, el mar, la comida, los paseos nocturnos, la plaza del mercado... una maravilla. El colofón fue que pasáramos por Sevilla y conociéramos a algunos amigos conocidos del desaparecido blog de Antonio M. Molina. Comimos en una taberna como las que sólo hay en Sevilla. Y qué raciones. Todo esto para decir que allí mismo, en Casa Morales,  me regaló Sap un libro al que por fin le tocó el turno de ser leído: Mariquita León, de un tal José Nogales. El tipo no fue más famoso porque se murió pronto. Pero tenía un estilo estupendo y pudo haberse codeado con lo mejor de los columnistas de entonces, finales del XIX y principios del XX. Tuvo también una vida aventurera pero lo malo es que, como se ha dicho, murió demasiado joven.  Como dice Ángel Manuel Rodríguez Castillo en el prólogo, hay una calle dedicada a él en Huelva. El caso es que es una buena novela, rústica, que habla del campo de entonces, con su atraso, sus caciques, con el cura, el médico, la gobernanta y la muerte rondando por todos lados.

  Está editada en la Biblioteca de la Cultura Andaluza y no cabe duda que en el futuro los estudiosos, los historiadores muy podrían echar mano de esta obra para saber cómo se vivía a principios de siglo en el campo, sitio de sacrificios, pero más si cabe en Andalucía.  

  “Cuando despidieron a la comisión electoral, que iba levantando polvo por el arrecife, traqueteada dentro de un cochecillo de pocos muelles, el cacique máximo, con su cara roñosa y su gabán de invierno, preguntó a Larán Larán:

-¿Qué te parece?

-Que ese candidato es tonto.

-Razón de más para que sea candidato”.

lunes, 14 de junio de 2021

En los Ángeles sin un plano. Richard Rayner.

 


Es esta al parecer una novela medio autobiográfica que debió estar de moda en los 80: En Los Ángeles sin un plano, de Richard Rayner.  No sé dónde vi que hablaban de esta novela (literatura pop), creo recordar que en un documental sobre la cultura en Los Ángeles: pintores, escultores, poetas, escritores, etc; el caso es que la busqué y, desgraciadamente, la encontré. Librería El Rincón, en la Plaza del 2 de mayo. 7 eurazos. Es floja. Ese éxito se ha desvanecido. Ha envejecido mal o el que ha envejecido he sido yo. Un tipo que conoce a una californiana en Creta (largas piernas, rubia, cachonda) y la sigue hasta Los Ángeles. Y sexo, fiestas, piscinas, playas, drogas. ¡Qué coñazo! Sí, creo que estoy envejeciendo.

  El tipo, el narrador, llamado igual que el autor (ah! el viejo truco) no tiene carnet de conducir y debe moverse por esa ciudad, eminentemente automovilista, a base de autobuses o en coches de conocidos. En la ciudad todo el mundo está buscando triunfar y mientras tanto viven a salto de mata y de raya de coca o de copas al sol justiciero. La novela intenta retratar el mundo Play boy, el de las conejitas, ya pasadas de moda.

  Dice la contraportada que es un libro ligero y divertido. De acuerdo con lo primero, ligerísimo, pero no con lo segundo: un verdadero aburrimiento. Anagrama, que yo sepa, no lo ha vuelto a reeditar. Bien hecho. Un solo subrayado:

“-¿Has oído hablar de Jruschov? –dijo el calvo-. Nikita S. Jruschov. Era el líder de Rusia. 

–He oído hablar de él.

–Vino a América en mil novecientos sesenta. Fue un viaje famoso. Mucha publicidad, muchas fotografías. Voló a Los Ángeles y miró hacia abajo y vio todas las piscinas brillando al sol. ¿Sabe lo que dijo?

–No-.

 –Dijo: Ahora sé que el comunismo ha fracasado”.

  Y poco más. Hasta las escenas de sexo, para ser una novela de los ochenta, son sosas a más no poder. No llega ni al aprobado.

viernes, 11 de junio de 2021

JORGE BUSTOS. ASOMBRO Y DESENCANTO.

 



  En Facebook vi que daban la presentación de este libro de viajes del periodista en Ámbito Cultural. Jefe de opinión del diario El Mundo. Y me enteré porque participaba Andrés Trapiello en el prólogo. Trapiello es en ese sentido como Borges: todo lo que prologa lo convierte en oro, o al menos, de entrada,  en algo interesante. Pero, lástima, no todo lo prologado por un grande se convierte en grande. Porque a diferencia de Trapiello, un escritor de libros que también escribe artículos, Bustos es un escritor de artículos que ha escrito un libro. Y se nota la falta de estilo, de pulso, aunque me encante como articulista. Un articulista podría ser comparado con un velocista mientras que un escritor de libros es un maratoniano. Así, Bustos se desfonda.

  El libro de Bustos no diré que está lleno de lugares comunes pero sí da la sensación de que los lectores caminamos por senderos que ya han sido trillados. Frases, ideas, anécdotas mil veces leídas al menos por los que frecuentamos, eso tan insano de leer cada día sin descanso. Y es que Bustos confiere un gesto como de suficiencia, como de que quiere y no llega a ser lo suficientemente sarcástico, o como que está por encima de los personajes que nos relata. Leyendo a Trapiello uno siempre se descubre con la sonrisa abierta en la boca, o la carcajada o la lágrima, sin disimulo. Leyendo este libro de Bustos uno tiene solo media boca sonriendo mientras la otra mitad la tiene descolgada en un gesto de eso, de desencanto.

 Leer frases como esta: “En el verano de 2015 mi periódico me envió al lugar de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes”. Al final hay un plano con ambos recorridos: El de la tierra de La Mancha y el de Francia. Se agradece.

  Cuenta que su periódico lo envió a seguir los pasos del Quijote y, consecuentemente, los pasos de Azorín. ¿Qué aporta éste aparte de lo que magistralmente aportó aquél? Poca cosa; quizá la idea de que el liberalismo es bueno para el hombre, cosa en la que puedo a llegar a estar de acuerdo. “La libertad solo convence a un puñado de insensatos en cada sociedad, y por eso los liberales medianamente genuinos jamás ganarán unas elecciones. ¿Quién va a votar a alguien que te recuerda a todas horas que tú eres el primer responsable de lo que te pasa?”.

  También tiene cosas que me han gustado: sus continuas referencias al gran Josep Pla. La pena es que Pla sea irrepetible, inimitable. “Josep Pla resumía todo el horror del siglo XX en una frase que de adolescente me pareció paradójica y que luego no he parado de repetirme como una letanía protectora a la que acoger mis juicios políticos: Cuando les das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre”.

    Sí, como dice en la contraportada sobre lo que decía Pla sobre lo mejor en literatura: Observación, reflexión y confidencia. A mí como lector me ha faltado eso que encuentro en otros: la profunda admiración, no solo a cómo lo observa o cómo reflexiona lo que ve sino en cómo nos hace la confesión, la confidencia. Como dice Trapiello: mirar es lo más difícil. Así que bien venido sea este libro a la balda de los Asteroide, magnífica editorial.

 

lunes, 7 de junio de 2021

OCNOS. LUIS CERNUDA.


 Hace unos años me quedé escuchando un programa de radio dedicado a Cernuda. Y mentaban esta, Ocnos, como un gran libro, el libro en prosa de Luis Cernuda. Tiene una forma de escribir limpia, poética, sencilla, como un niño aplicado al máximo, un niño de treinta años. Tiene imágenes potentes. Hay un párrafo en el que he recordado aquella greguería en la que Ramón Gómez de la Serna apuntaba que estaba más en Venecia quien soñaba con Venecia que quien estaba realmente.

 “Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos”.

  “Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, soñar otra vez la juventud pasada”.

  Las vivencias de Cernuda de cuando su niñez o juventud son las de cualquiera. En él lo talentoso está en la forma de contarlo, que es la forma que más se puede aproximar a la realidad.

  Murió en el exilio, en México, justo a la edad que tengo yo ahora. Una consulta para ver unas molestias en el ojo. Una sugerencia para que fuera a ver a un especialista del corazón: qué no vería en el fondo de aquel ojo, y un ataque fulminante que le dejó a medias la lectura de un libro y quién sabe si de un poema sobre la muerte.