Tanto me han gustado sus películas documentales, tanto su forma de narrar las imágenes que nos muestra, tan interesantes las historias, tan poéticas sus visiones de la vida, que cuando vi este libro anunciado no sé dónde (imagino que el poder de los algoritmos) y cuando vi que el precio no era caro (el librito se lee en dos días, de tamaño liliputiense, de la editorial Gallo Nero) y tanto me apetecía leer algo de este hombre que lo pedí.
El libro trata sobre un viaje a pie desde Múnich hasta París en pleno invierno. Desde el 23.11.1974 al 14.12.1974. 774 kms según el google maps.
La palabra, creo yo, que más se repite es tormenta. Y el motivo del viaje (él tenía algo más de treinta años) era que pensaba que así podría salvar la vida de su amiga, enferma en París y, sencillamente, como dice en el epílogo, no podía morir. Pasa lógicamente mucho frío. Se siente en muchas ocasiones dolorido, cansado, hambriento, muerto de frío, solo. Se cruza de vez en cuando con seres humanos pero teme que su aspecto les asuste. Él también se asusta cuando tiene que dormir en sitios abandonados y siente la presencia de ratones. Sufre rachas de agua y nieve que le llegan en horizontal. Está escrito en forma de diario anotando rápidos esbozos de paisajes, luces, colores, olores, sensaciones. Habla mucho de su talón de Aquiles, inflamado de tanto caminar. Del desagradable olor propio.
Cerca del final me llama la atención una imagen: “He visto a dos niños gordos delante de un televisor; la imagen estaba totalmente distorsionada, pero de todos modos la miraban embobados”.
Y me he quedado en suspenso, con el libro y los ojos cerrados. Está mezclado con mis recuerdos. He imaginado un corto, o un cuento. Más o menos sería así: “Años sesenta. Verano. Noche calurosa. Están los niños (podemos ser mis hermanos y yo) mirando abstraídos el televisor. En la pantalla apenas aparecen puntitos, niebla que se desplaza. Cerca de esta escena unos niños juegan a la peonza, otros a las canicas. La madre, dentro en la cocina, prepara unos bocadillos de mortadela olorosa. Huele a la cerveza agria que beben los mayores. Muy de vez en cuando pasa un coche, una bicicleta, el camión de la basura. Poco a poco los niños son capaces de vislumbrar qué se acontece en la pantalla del televisor: es claramente una escena donde se ven niños jugando a la peonza, a las canicas.
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