jueves, 10 de diciembre de 2020

Un verdor terrible. BENJAMÍN LABATUT.

    El libro de Labatut, Un verdor terrible, habla sobre todo de científicos, de los beneficios que traen al mundo pero también de los desastres. El inventor del gas que mató a miles de soldados en la I Guerra Mundial, Fritz Haber y que posteriormente los nazis utilizarían para matar a parte de su familia. Bueno, en realidad comienza con las metanfetaminas que tomaba Göring porque lo necesitaba para mantenerse despierto infinidad de horas, como los soldados, a los que se les daba como parte de los suministros. Y lo enlaza con las cápsulas de cianuro que tomaron bastantes militares antes de la capitulación. El segundo capítulo lo dedica a la fascinante historia del físico, astrónomo, matemático y teniente del ejército alemán, en primera línea de artillería, Karl Schwarzschild.

“Como la luz no podía salir de allí, no podríamos verla con los ojos del cuerpo. Pero tampoco podríamos entenderla con la mente, ya que las matemáticas de la relatividad general perdían su validez en la singularidad. La física simplemente dejaba de tener sentido”.

La historia del físico Heinsenberg:

"El físico –como el poeta– no debía describir los hechos del mundo, sino solo crear metáforas y conexiones mentales. Desde ese verano en adelante, Heisenberg entendió que aplicar conceptos de la física clásica –como posición, velocidad y momento– a una partícula subatómica era un despropósito total. Ese aspecto de la naturaleza requería un idioma nuevo".

  En muchas partes del libro se pretende explicar el intento casi sobrehumano de entender el mundo a través de una ecuación. Y en un momento dado un científico dice comprender que es mejor que ciertas preguntas queden sin respuesta. Llega un punto en que no se puede penetrar más. Nuestros sentidos, nuestra capacidad para crear máquinas que nos haga entender la materia, se ven incapaces de llegar a los misterios de la naturaleza.

  “Los átomos que despedazaron Hiroshima y Nagasaki no fueron separados por los dedos grasientos de un general, sino por un grupo de físicos armados con un puñado de ecuaciones”.

“La física ya no debía preocuparse de la realidad, sino de lo que podemos decir de la realidad”.

  El libro me ha encantado. Ese capítulo del científico en el sanatorio para tuberculosos del doctor Herwig, enamorado de su hija adolescente y también enferma, a la que da lecciones de matemáticas y con cuyo recuerdo inmediato se masturba de manera frenética.

  Justo después de acabar la lectura del libro de Labatut he querido ver el último Imprescindibles dedicado al recién desaparecido Edward Punset. ¡Cómo me ha gustado! Y he anotado una frase que tenía en alguna parte de su despacho y que tiene algo que ver con este libro: “En ciencia la verdad tiene fecha de caducidad” de Jorge Wagensberg.

  Seguiré la pista de este joven escritor: del 80, ¡madre mía!


 

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