Alfonso Armada ha sido corresponsal de El País desde… no se sabe porque dependiendo de las fuentes: Wiki, la solapa del libro, Fuentetaja, etc, comenzó a principios de los noventa o en el 99; en cualquier caso escribió para El País y luego para ABC. Ahora es director adjunto y presidente de la asociación de reporteros sin fronteras.
Y como las casualidades existen no hace mucho le escuché en una entrevista en la radio y justo, antes de pagar en mi querida librería solidaria de Moncloa, lo vi cerca del mostrador a tres euros. Editorial Península, del año 98.
La lectura está bien, es duro y de lenguaje poético muchas veces. Del 94 al 97 por diferentes países y guerras africanas. En el 94 trata del holocausto de Ruanda. El río bajaba infestado de cadáveres. Iglesias enteras, donde fueron a buscar refugio, llenas de cadáveres. Fue como la solución final pero a machetazos. A veces sin embargo se le va un poco la mano en el estilo. Está leyendo en Mozambique a Nietzsche y escribe este párrafo:
“El amor incluye un mecanismo de embrutecimiento (dormición) de la inteligencia que elimina los puestos de guardia y las cautelas de la razón a favor de un sueño que convierte las sombras enemigas en juegos de las hojas de los árboles sobre el estanque del tiempo inmóvil, que no pudre ni devora, cuando esa inmovilidad de la recreación encierra toda la herrumbre y la carcoma del hastío”.
Total para decir más o menos: El amor surge cuando se juntan dos ascuas al rojo vivo que, con el tiempo, se van apagando y solo quedan rescoldos. O… el amor es un engañabobos.
También en el mismo prólogo el mismo autor dice que debido al formato: mezclas de artículos, diarios, entrevistas…, se repiten escenas, noticias, testigos, personas, situaciones. Y es verdad, a veces causa un poco de molestia encontrarte una y otra vez al muchacho del extintor incrustado en el estómago. Pero en general se lee bien.
Uno se entera de cómo, por ejemplo, influye el teatro en personas que no saben lo que es, que nunca han oído hablar de tal cosa: “Nunca habían visto teatro y querían participar en la representación, se subían al escenario, comentaban en voz alta lo que veían, nos interrogaban, creían que los personajes eran seres de carne y hueso”.
Se queja muchas veces también de la inutilidad del periodismo. El mensaje se escribe, se publica y al rato sirve para envolver el pescado: “Más de una vez he sentido la inutilidad de todas las palabras con las que cuidadosamente trato de describir lo que veo y lo que siento. La sensación de que tanto sufrimiento como su relato son inútiles”. Así es.
Siente admiración por los misioneros, que dan su vida por ayudar a los demás: “El cristianismo tiene connotaciones políticas. Somos unas monjas comprometidas, trabajamos por la paz y la justicia en el mundo. No somos específicamente misioneras. La justicia y los derechos humanos son el Evangelio mismo”. Uf. Tela.
Habla mucho de Camus y de sus obras completas que lee en ese tiempo. Habla de El Malentendido, esa obra que tanta impresión me causó cuando la leí: “Es más fácil matar lo que no se conoce”.
Hacia el final habla de José Eduardo Agualasa y su novela La estación de las lluvias. “El dolor que destila es a veces insoportable. Pero, retrata nuestro mundo, nuestro tiempo, nuestros héroes y nuestros monstruos, los que sólo afloran cuando la ley desaparece y todos los actos se vuelven impunes”. Ya lo estoy buscando.
Del epílogo, hablando de Simone Weil: “eso que se llama barbarie no es algo sólo propio de ciertas épocas o de ciertos pueblos. Propongo que consideremos la barbarie como carácter permanente y universal de la naturaleza humana, que se desarrolla más o menos según las mayores o menores posibilidades que las circunstancias le brinden. Siempre se es bárbaro respecto de los débiles”.
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