jueves, 9 de abril de 2020

LAWRENCE DURREL. LAS ISLAS GRIEGAS.



  Cuando nos casamos, hace ya más de treinta años, fuimos de viaje a las Islas Griegas. Muchas de las que aparecen aquí, Creta, Santorini, Rodas, Pátmos, Lesbos, Mikonos, en este libro hermoso, las visitamos, si bien es verdad que de forma precipitada, como se ven siempre los lugares cuando uno viaja en un crucero: se ven muchos sitios pero deprisa y corriendo. Por eso está tan bien leer libros de viaje porque es como ir –o recordar- viajes propios.
  De entre los videos que han llegado a cientos en estos días de la peste –diré para los lejanos años venideros que estamos en medio de la mayor tragedia en el mundo desde que yo llegué a él: el confinamiento de casi toda la humanidad por el contagio masivo del virus Covid-19- uno de ellos consiste en trozos de películas famosas donde algunos artistas –no se les puede calificar de menos-  introducen diálogos para la ocasión. El que más me gustó y con el que estuve un buen rato riéndome fue el de Rambo, que entre lamentos de la famosa escena dice que ya no sabe en el día que vive, si es de día o de noche, si es sábado o lunes, que no quiere ponerse guapo porque ¿quién lo va a ver? Y ya, al final, en el culmen de su desesperación dice: ¡He estado a punto de leer un libro!
  Este libro lo compré también en el Rastro. Es un puestecito no más grande que una cabina de teléfono de las de antes. Sólo tiene libros baratos a uno, dos o tres euros. Ediciones de quiosco. Ese domingo tenía bastantes de la colección que sacó el ABC, Biblioteca del Viajero, que fue un regalazo para sus lectores. Como ya tengo muchos compré dos que me resultaron atractivos: el de Moret que ya comenté por aquí hace poco y éste. Durrel fue muy amigo de Henry Miller y pasaron allí bastante tiempo juntos. Y, leyendo aquel maravilloso libro de Belmonte, Peregrinos de la Belleza, supe que Miller había escrito uno de los libros de viaje que más le había gustado: El Coloso de Marussi, que también se nombra en éste. Y desde entonces le sigo la pista, cosa que no es fácil.
  “La creencia popular era que los bombardeos alemanes acabarían en un par de horas con todas las capitales europeas. Así, en el crepúsculo de la historia occidental, me despedí de Henry Miller que recibió de su cónsul la orden de regresar a los Estados Unidos. Envié por correo la carta que después sería el epílogo de su Coloso de Marussi”.
  El libro se lee bien pese a tener letra menuda y esa cosa tan molesta de llevar cada renglón hasta el mismo cosido de las hojas lo que hace tener que abrir peligrosamente el libro poniendo en peligro su integridad.
  Combina cosas de historia, anécdotas personales, reflexiones muy particulares, ensayitos pequeños pero bien armados (por ejemplo en cuanto a la homosexualidad a través de la historia) y guía de viaje propiamente dicha.
  Unas muestras:
  “En parte es la pobreza la que mantiene al griego tan feliz, tan sobrio y en armonía con las cosas. No hay psicoanalistas en Atenas; no podrían ganarse la vida”.
 “Una vez pregunté a un amigo que había pasado dos inviernos enteros en un comando en Creta qué le había resultado más duro. Esperaba una respuesta como el frío y los sabañones o el miedo al enemigo; pero no, lo más difícil de sobrellevar, dijo, era la falta de conversación. Los hombres solo tenían permitidos dos temas: el funcionamiento de las pistolas o las armas cortas y el corte de las botas. Era peor que el Club de Caballería, añadió; y continuó diciendo que si alguien se atrevía a abrir un libro, en derredor se daban miradas de alarma; debes de estar enfermo de algo, y un amigo preguntaba: ¿Estás perdiendo el ánimo, viejo?”.
  Sigo leyendo: “…Algo muy parecido debió ocurrir en la mente de un eminente arqueólogo inglés del que me hablaron. Vivía en Grecia antes de la guerra y siempre llevaba una rama de fresno en el coche; a la más mínima defección, abría el motor y le daba una buena tunda. Aseguraba muy serio que este tratamiento funcionaba nueve de cada diez veces en casos de muda insolencia a los que eran muy propensos los coches de aquellos tiempos. El defecto se arreglaba con un castigo. Más recientemente, quizás alguien hubiera pensado en emplearlo con el chófer”.
  Nota: qué gracia: buscando una foto para esta entrada he visto que en Amazón lo venden por desde 162,78 euros. Ignoro si es por culpa de algún algoritmo o es que hay gente ilusa.

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