martes, 21 de abril de 2020

Juan March y su Tiempo. Ramón Garriga.



   He leído este libro de aquella colección de Planeta inabarcable de historia contemporánea que tenía por casa desde hace más de treinta años. Ni siquiera sé quién lo trajo o si yo mismo lo compré o, ejem, lo tomé prestado. Más bien creo que lo encontré en el descansillo de la casa de Aluche, un poco antes de que el dueño tirara éste junto con otros. Sí, así es. También había un libro escolar Álvarez. Me llevé los dos, así es, ahora recuerdo. Es una biografía o más bien una historia de España enfocada a través de Juan March, de Ramón Garriga. En esa época sí que silbaban las balas, no como decía Uriarte de la edad madura cuando uno va al médico. A la mínima tenías que salir por patas, generalmente a Francia, para salvar el pellejo, ya te llamaras March o Primo de Rivera. El Desastre de Annual, los negocios torpes de los grandes de España, por ejemplo la explotación de las minas de Huelva, vendidas por casi nada a capital inglés; el terrorismo político en cada esquina, las huelgas salvajes, los varapalos en la esfera internacional. Qué cantidad de desastres. En Barcelona ponían papeles en los árboles para avisar de que si salía uno por la noche llevara más de quinientas pesetas para evitar que al robo le sumaran una buena paliza.
  “De haber sabido que mi destino era llegar a ser jefe de Gobierno, en mi juventud hubiera estudiado más y dedicado menos tiempo a las juergas”. El General Primo de Rivera. Debe sentir algo parecido los que antes –el gobierno actual- buscaron a toda costa el poder y ahora deben bailar, no ya con la más fea, sino con la muerta.
  Me ha gustado más de lo que pensaba a priori. Se entera o recuerda uno muchas cosas interesantes. Como por ejemplo que en los conflictos, en las guerras, mucha gente se hace inmensamente rica. Pero en el caso de este personaje histórico, Juan March, pirata del Mediterráneo, estraperlista del tabaco, y más tarde intermediario de todo, usó su inmensa fortuna para hacer una fundación que a partir de 1955 ha sido un oasis de cultura en España. Cuántas veces habré recurrido a su inmenso fondo de arte que tiene su web. Cuántas horas ocupadas en escuchar sus magníficas conferencias y entrevistas. Cuánto dinero habrá, no gastado, sino invertido en becar a grandes hombres y mujeres.
  “Se necesitan dos judíos para vencer a un mallorquín”. Así empieza el libro. Y es que este hombre debió ser de lo más listo. Y mira que tuvo enemigos poderosos. Quisieron matarlo y lo encarcelaron, y se escapó y solo un accidente de coche cerca de Torrelodones pudo acabar con su vida, una vida larga de más de ochenta años.
  Con respecto al desastre: “No ha sido lo más grave la dirección de la campaña; la mayor gravedad consiste en haber engañado al país, llevándole a la guerra. El primer responsable de la guerra ha sido Maura, desde el año 1808”. “Si la locura de Silvestre hubiera triunfado, tendríamos ahora el absolutismo. “La preparación de Annual fue una escapada de don Alfonso a Londres y París, y el avance sobre Alhucemas no era más que un golpe desesperado de jugador. Salió mal porque se desconocía en absoluto la realidad”. “Con los africanos hemos intentado lo que Napoleón con nosotros”. Duras palabras de Unamuno.
  Cosas grandemente curiosas. De un periodista de El socialista: “Gente del círculo de March me ha comunicado que el banquero no veía con claridad el futuro de Falange y le molestaban sobremanera dos de los puntos de su programa: la reforma agraria y la nacionalización de la banca”. Los vaivenes de las ideas. Qué curioso. O lo que hace el apoyo o el azote de los periódicos:
 “los diarios que la gente leía para conocer el pensamiento azañista y todo lo bueno que se decía de él; la prensa que había luchado a brazo partido para defenderlo de la crisis provocada por Casas Viejas, cubría a su viejo ídolo con adjetivos de desprecio e ignominia. ¿Qué había ocurrido para que se produjera un cambio tan radical? Simplemente que el control de las publicaciones había pasado de las manos de Azaña a las de Juan March”.
  “Largo Caballero llegó a sostener que la revolución social debía anteponerse a la legalidad republicana”.
 

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