Hace unos años un amigo perdió a su hijo. Fue
de leucemia. Tenía veinticinco años y era un chico con toda la vida por
delante, como todos, pero en este caso la frase podría acentuarse: era
deportista, buen estudiante, guapo, amable. Cuando le preguntábamos durante la
enfermedad siempre respondía con diferentes estados de ánimo. “En el último
control todo ha salido bien”, “Ha tenido fiebre toda la semana”. Un día tuvimos
que ir al velatorio para darle el pésame. Su frase recurrente: “Dios no existe,
no puede existir”.
Sergio del Molino ha intentado encontrar una
palabra que defina a los padres que pierden un hijo. El de Sergio tenía apenas
dos años. No cae nunca en sensacionalismos pero podemos ver cómo es el calvario
de unos padres de aquí para allá intentando salvar la vida de su único hijo
hasta entonces. Me ha recordado –en el libro se menciona varias veces- el libro
de Francisco Umbral, el cual también perdió al suyo siendo un niño un poco
mayor, creo recordar de siete u ocho años. Si acaso el de Umbral es más de buscar el
dolor en el fondo de la poesía: “Si supieras, hijo, desde qué páramo te
escribo, desde qué confusión de lágrimas y ropas, desde qué revuelta desgana”.
Sergio del Molino se ha convertido para mí en
uno de los grandes actuales. Es muy bueno. Sabe conectar con el lector. Siempre
es interesante. El libro, lo veo ahora, no tiene ni un subrayado. Se lee muchas
veces en un estado de congoja en la que no faltan las lágrimas. Y lo hace con
sólo unas pinceladas, la cabeza ladeada de su hijo en la cama; las chicas que
no conocerá, las cervezas que no beberá, morir antes de vivir.
A partir de ahora siempre en la memoria,
Mortal y Rosa, La hora violeta. Grande Sergio del Molino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario