domingo, 26 de agosto de 2018

SERGIO DEL MOLINO. LA HORA VIOLETA.



  Hace unos años un amigo perdió a su hijo. Fue de leucemia. Tenía veinticinco años y era un chico con toda la vida por delante, como todos, pero en este caso la frase podría acentuarse: era deportista, buen estudiante, guapo, amable. Cuando le preguntábamos durante la enfermedad siempre respondía con diferentes estados de ánimo. “En el último control todo ha salido bien”, “Ha tenido fiebre toda la semana”. Un día tuvimos que ir al velatorio para darle el pésame. Su frase recurrente: “Dios no existe, no puede existir”.
  Sergio del Molino ha intentado encontrar una palabra que defina a los padres que pierden un hijo. El de Sergio tenía apenas dos años. No cae nunca en sensacionalismos pero podemos ver cómo es el calvario de unos padres de aquí para allá intentando salvar la vida de su único hijo hasta entonces. Me ha recordado –en el libro se menciona varias veces- el libro de Francisco Umbral, el cual también perdió al suyo siendo un niño un poco mayor, creo recordar de siete u ocho años.  Si acaso el de Umbral es más de buscar el dolor en el fondo de la poesía: “Si supieras, hijo, desde qué páramo te escribo, desde qué confusión de lágrimas y ropas, desde qué revuelta desgana”.
  Sergio del Molino se ha convertido para mí en uno de los grandes actuales. Es muy bueno. Sabe conectar con el lector. Siempre es interesante. El libro, lo veo ahora, no tiene ni un subrayado. Se lee muchas veces en un estado de congoja en la que no faltan las lágrimas. Y lo hace con sólo unas pinceladas, la cabeza ladeada de su hijo en la cama; las chicas que no conocerá, las cervezas que no beberá, morir antes de vivir.
  A partir de ahora siempre en la memoria, Mortal y Rosa, La hora violeta. Grande Sergio del Molino.

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