viernes, 17 de agosto de 2018

APENAS SENSITIVO. ANDRÉS TRAPIELLO.


Sexto tomo de los diarios leídos. Es el último que tenía pendiente en casa. Como ya se ha acabado he buscado el siguiente en librerías on line y en las físicas, busco el que va hacia atrás en el tiempo, como el drogadicto que busca su siguiente dosis. He encontrado un ejemplar bien de precio en una librería de Málaga y está en camino.
  Me ocurre con estos libros que cuando se acaban me parece que lo que venga después no estará tan bien. Así ha sido con casi todos si exceptuamos el de Azorín y el que leo estos días, La hora violeta de Sergio del Molino: Un puñetazo de dolor y talento en cada ojo. Son de esos libros en los que hace que te sientas afortunado.
Como se sabe, cada volumen abarca un año entero: desde el día 1 de enero al 31 de diciembre.
  El volumen comienza con la lectura de una carta de un amigo que le pide encarecidamente que deje de publicar volúmenes de este Salón de pasos perdidos porque, dice la carta, se está haciendo algo repetitivo, gigante y que se va a granjear un montón más de enemigos. La carta la lee a su familia suscitando diferentes reacciones. Por suerte para sus lectores Andrés no le hizo caso aunque estas cosas siempre perjudican mucho la autoestima y el ego de los escritores. De Trapiello también.
  También se cuenta en este volumen su experiencia al ganar el premio Nadal de novela con Los amigos del crimen perfecto. Una verdadera ristra de anécdotas sabrosas. Impagable la de el honorable Pujol. Viajes, noches de hotel, más viajes a las viñas. Un conmovedor relato sobre la enfermedad y el sacrificio de su perra. La verdad es que se me saltaron las lágrimas y poco me faltó para ir a buscar una a una perrera y claudicar ante mis hijas que llevan años suplicando un perro aunque sea un chucho.
  En fin, Andrés me sigue pareciendo adictivo y no tardando mucho habré completado toda la colección. Hasta que vaya a la par con la publicación anual que es siempre en otoño.
  Pero a veces Andrés es un poco gilipollas, como le gusta decir a él. Cuenta que ha ido a ver una remesa nueva de libros que vende un tipo desconocido hasta ahora en el Rastro y que ojeando ha visto que había una carta dentro de uno. Que le ha parecido que era auténtica e importante y que cuando se la ha entregado al vendedor éste la ha roto en mil pedazos. “Apaciguarnos costó incontables subidas y bajadas por las pendientes aquellas, unas veces con ganas de correr a denunciarlo y otras sujetados por el cálculo, unas pensando, ¿y cómo le explicaremos a un guardia, que será poco más o menos como él, lo que acaba de suceder?, y otras diciendo, húndase España. Y así transcurrió la mañana. En una prolongación de la peor guerra civil, por otros medios. Los de la ignorancia”. A veces se pasa de listo porque conozco a más de uno y de una, guardias como él dice, que tienen estudios superiores y que han elegido esa profesión por dar más estabilidad a sus vidas. Prejuzga demasiado pero, es igual, se lo perdono todo.
  Cómo no le voy a perdonar hablando así de las ratas que oyen en el tejado de las Viñas: “A veces les oímos en medio de la noche sus conversaciones, como en las fábulas, y las crías lloran y gimen, y parecen pájaros. Es todo tan humano, que sólo así se explica que empecemos a obsesionarnos con el modo de exterminarlas”. Sería digno de aparecer en un tratado de estudios rateriles. Pero como dice en el siguiente párrafo; a quí se habla de “ratas, rosas, juegos, pájaros, mendigos, libros viejos, enfermos, risas, noticias de periódicos, ciudades, amores y desamores, compases, voces infantiles, fuentes…”. “Qué vida tan extraña esta, apenas sensitiva”.

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