viernes, 3 de agosto de 2018

IVO ANDRIC. SIGNOS JUNTO AL CAMINO.



  Si existe alguna razón por la que me compré este libro caro, 34 pavos,  es por la siguiente: Un Puente sobre el Drina es una de las mejores novelas que he leído nunca. Pero tiene varios errores que ahora, -el libro que me ocupa, no el del Drina, de la editorial DEBATE, que es una maravilla-, una vez leídas las 558 páginas, puedo enumerar: Está mal traducido o al menos no está traducido para un lector castellanohablante de Madrid. Por ejemplo hay que aguantar ver escrito aeromoza en vez de azafata. Otro de los defectos es que, el que ha elegido estos papeles, papeles que todo escritor emborrona pero no todos con la intención de publicarlos, ha cometido un pecado grande: la reiteración, la insistencia en imágenes, temas y obsesiones. En el prólogo, Goran Petrovic dice que rellenó su casa con los papeles de notas que le suscitaron todas estas cosas de Andric: Exagera. Podría haber gastado cinco o seis pos-its: la vejez, la muerte, el insomnio, el paso del tiempo y poco más. Casi ningún nombre común. Casi ninguna referencia literaria, ninguna descripción de sus viajes como no sea ponernos a parir a los españoles. Sí es verdad que acierta algunas veces como cuando describe a una hermosa mujer a la que le falta una pierna.
  “Hoy, cuando mis contemporáneos y yo somos desde hace mucho adultos, incluso viejos, y ocupamos posiciones y tenemos familias, no logro ver entre nosotros a esos importantes y serios hombres que fueron nuestros padres y abuelos”. Como estas, frases similares. Que están bien, no digo que no, pero insiste demasiado.
  “No se quejen. El mundo siempre ha sido igual de asqueroso y para poder vivir en él se necesita siempre la misma dosis de entusiasmo, fuerza y paciencia; sólo que durante la juventud encontramos suficientes cantidades de todo eso dentro de nosotros y por eso la vida nos parece bella y soportable, pero al envejecer, cuando el entusiasmo desaparece, la fuerza cede y la paciencia nos abandona, el mundo nos parece tal y como es”.
  Hay escritores con los que siempre se está de acuerdo. Con éste no. Un párrafo me ha molestado más de lo común. “Observando a un jubilado. Es la peor manera de vivir, cuando cada momento pasa únicamente en la espera del siguiente, mientras que ninguno tiene sentido ni contenido. Esa acumulación del vacío es insoportable y con el tiempo se vuelve mortífera como la falta de oxígeno. Sin embargo, esa muerte avanza despacio”. Estoy pronto a jubilarme y lo que menos espero es a tener una acumulación de vacío. Espero, como algunos conocidos míos, no parar de hacer cosas. Cosas que me gustan.
  Sí que es verdad que a veces acierta con alguna observación como ésta con respecto a la arquitectura: “los ojos se alegran de la bóveda y el arco en las antiguas construcciones porque intuyen en ellos el intento de liberación del poder de las leyes naturales y el inicio del auge y el entusiasmo, cuyo final la esperanza humana prolonga osadamente hasta el infinito”.
 Otras veces no me queda más remedio que aplaudir: “Cuando leemos libros de buenos escritores, ante nosotros ocurren milagros…. ¿acaso es posible? […] estamos conectados con otra gente mediante múltiples vínculos secretos que ni siquiera intuimos, pero se nos revelan por medio de “nuestro” escritor”.
  Hace poco leí una entrevista a Caballero Bonald y decía que ya apenas leía, apenas caminaba. Tan sólo aguardaba las horas sentado a la sombra de un árbol. Es viejo, está cansado. Este libro parece escrito desde esa sensación de hastío, justo como el gesto hosco de la foto de portada. No me ha gustado. Hay otros escritores que han hablado de la vejez y las demoliciones. Pero hay que ser aún más trágico o más cómico, no sé, pero este “tono” desde luego no me ha gustado mucho. Pero me quedo con una idea fundamental: Siempre habrá que volver a Un Puente sobre el Drina”.

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