Si existe alguna razón por la que me compré
este libro caro, 34 pavos, es por la
siguiente: Un Puente sobre el Drina es una de las mejores novelas que he leído
nunca. Pero tiene varios errores que ahora, -el libro que me ocupa, no el del
Drina, de la editorial DEBATE, que es una maravilla-, una vez leídas las 558
páginas, puedo enumerar: Está mal traducido o al menos no está traducido para
un lector castellanohablante de Madrid. Por ejemplo hay que aguantar ver
escrito aeromoza en vez de azafata. Otro de los defectos es que, el que ha
elegido estos papeles, papeles que todo escritor emborrona pero no todos con la
intención de publicarlos, ha cometido un pecado grande: la reiteración, la
insistencia en imágenes, temas y obsesiones. En el prólogo, Goran Petrovic dice
que rellenó su casa con los papeles de notas que le suscitaron todas estas
cosas de Andric: Exagera. Podría haber gastado cinco o seis pos-its: la vejez,
la muerte, el insomnio, el paso del tiempo y poco más. Casi ningún nombre
común. Casi ninguna referencia literaria, ninguna descripción de sus viajes
como no sea ponernos a parir a los españoles. Sí es verdad que acierta algunas
veces como cuando describe a una hermosa mujer a la que le falta una pierna.
“Hoy, cuando mis contemporáneos y yo somos
desde hace mucho adultos, incluso viejos, y ocupamos posiciones y tenemos
familias, no logro ver entre nosotros a esos importantes y serios hombres que
fueron nuestros padres y abuelos”. Como estas, frases similares. Que están
bien, no digo que no, pero insiste demasiado.
“No se quejen. El mundo siempre ha sido igual
de asqueroso y para poder vivir en él se necesita siempre la misma dosis de
entusiasmo, fuerza y paciencia; sólo que durante la juventud encontramos
suficientes cantidades de todo eso dentro de nosotros y por eso la vida nos
parece bella y soportable, pero al envejecer, cuando el entusiasmo desaparece,
la fuerza cede y la paciencia nos abandona, el mundo nos parece tal y como es”.
Hay escritores con los que siempre se está de
acuerdo. Con éste no. Un párrafo me ha molestado más de lo común. “Observando a
un jubilado. Es la peor manera de vivir, cuando cada momento pasa únicamente en
la espera del siguiente, mientras que ninguno tiene sentido ni contenido. Esa
acumulación del vacío es insoportable y con el tiempo se vuelve mortífera como
la falta de oxígeno. Sin embargo, esa muerte avanza despacio”. Estoy pronto a
jubilarme y lo que menos espero es a tener una acumulación de vacío. Espero,
como algunos conocidos míos, no parar de hacer cosas. Cosas que me gustan.
Sí que es verdad que a veces acierta con
alguna observación como ésta con respecto a la arquitectura: “los ojos se
alegran de la bóveda y el arco en las antiguas construcciones porque intuyen en
ellos el intento de liberación del poder de las leyes naturales y el inicio del
auge y el entusiasmo, cuyo final la esperanza humana prolonga osadamente hasta
el infinito”.
Otras veces no me queda más remedio que
aplaudir: “Cuando leemos libros de buenos escritores, ante nosotros ocurren
milagros…. ¿acaso es posible? […] estamos conectados con otra gente mediante
múltiples vínculos secretos que ni siquiera intuimos, pero se nos revelan por
medio de “nuestro” escritor”.
Hace poco leí una entrevista a Caballero
Bonald y decía que ya apenas leía, apenas caminaba. Tan sólo aguardaba las
horas sentado a la sombra de un árbol. Es viejo, está cansado. Este libro
parece escrito desde esa sensación de hastío, justo como el gesto hosco de la
foto de portada. No me ha gustado. Hay otros escritores que han hablado de la
vejez y las demoliciones. Pero hay que ser aún más trágico o más cómico, no sé,
pero este “tono” desde luego no me ha gustado mucho. Pero me quedo con una idea
fundamental: Siempre habrá que volver a Un Puente sobre el Drina”.
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