sábado, 9 de diciembre de 2017

MENDEL EL DE LOS LIBROS. STEFAN ZWEIG.




  Posiblemente este sea uno de los mejores libros que he leído este año. Es una historia que hubiera firmado el mismo Melville o el mismo Borges. Pero lo ha hecho el mismo Zweig, un gigante de las letras de todos los tiempos. Es una historia sencilla: el narrador, que no sabemos quién es, se refugia de la lluvia en un café de Viena y al rato comienza a recordar de qué le suena el sitio: y cae en la cuenta de que en que allí fue donde conoció al protagonista: un inmigrante judío de origen ruso, de gafas gastadas, encorvado y de prodigiosa memoria cuya única ocupación es leer y servir de buscador a personas interesadas en saber de libros: él lo sabía todo: títulos, editoriales, año de publicación, forma, tamaño y color, dónde encontrarlo. Y pregunta en la cafetería por él. Y casi nadie se acuerda ya: solo la mujer que se dedica a limpiar los baños, vieja, puede dar cuenta del triste destino del sabio judío.
  Uno puede llegar a sentir la profunda injusticia que ha deparado al mundo para con seres tan inocentes: tanto en la época del libro, 1915 aunque escrito en 1929, como en lo que vendría después con la llegada del nazismo.
  Zewig es un valor seguro. Hubo unas décadas en las que estuvo olvidado aunque yo, por suerte, heredé algunas ediciones viejas de familiares y siempre me pareció una lectura amena e instructiva. Pero con éste es capaz también de tocar la fibra sensible que todos llevamos dentro. En algún momento se me han saltado las lágrimas.
  Si no han leído este librito de nueve euros, que se lee en dos apretones, léanlo en una cafetería donde a ser posible tengan una luz macilenta y huela a café y a chocolate. Imaginen que en un rincón se sienta, imperturbable y concentrado, un sabio que estará encantado de hablarle de lo que sea siempre que esté en los libros.
  Maravilloso.

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