Vi apilados en el VIP un montón de tomos
morados de los Episodios. Costaban cuatro euros el tomo. Cada tomo dos novelas.
Un par de meses después los he visto a un euro y he comprado otros dos, los que
quedaban. Pérez Galdós sabía historia sabía contarlas bien y tenía un gran
talento para embutir a sus personajes en las tramas. Los fija en el papel con
cuatro pinceladas maravillosas. Al principio me reía porque la inteligencia y
el ingenio hacen reír al cerebro. Casualmente no podía dejar de compararlo con
el Victus de Sánchez Piñol, leído recientemente.
“El señor don Pablo Nomdedeu era médico. No
pasaba de los cuarenta y cinco años, pero los estudios o penas domésticas, para
mí desconocidas, habían trabajado en tales términos su naturaleza, que aparentaba
muchos más del medio siglo. Era acartonado, enjuto, amarillo, con gran corva en
la espina dorsal, y la cabeza salpicada de espesos pelos rubios y blancos, como
yerba que nace al azar en ingrata tierra”.
También retrata los
espacios como nadie:
“De su casa poco diré. Era tan humilde como
decente. Muchos libros, algunas estampas francesas de anatomía, emparejadas con
otras de santos, y bastantes cuadros que ostentaban detrás del vidrio
innumerables yerbas secas con sendos letreros manuscritos al pie. Pero lo que
principalmente impresionaba mi ánimo al subir a casa del señor Nomdedeu era una
criatura tierna y sensible, una belleza consumida y marchita, una triste vida
que, junto a la pequeña ventana abierta al mediodía, quería prolongarse
absorbiendo los rayos del sol”.
Las páginas, casi cuatrocientas, vuelan
metiendo al lector dentro de una historia realista pero sin dramatismo. No se
verán sesos esparcidos ni tripas abiertas. No hay escenas de sexo subido pero
se respira vida, cosa harto difícil en la literatura.
Impagable es la semblanza amable que un
personaje británico hace de este país:
“Yo debí nacer en España. Si yo hubiese nacido
bajo este sol, habría sido guerrillero hoy y mendigo mañana, y fraile al
amanecer y torero por la tarde, y majo y sacristán de conventos de monjas, y
abate y petimetre y contrabandista y salteador de caminos… España es el país de
la naturaleza desnuda, de las pasiones exageradas, de los sentimientos
enérgicos, del bien y del mal sueltos y libres, de los privilegios que traen
las luchas, de la guerra continua, del nunca descansar…”.
Bofetadas de realidad, sí.
También hace, de vez en cuando, entradas cual
wikipedia decimonónica de estilo deliciosamente didáctico: “Debo indicar que
doña Francisca Larrea, esposa del entendido y digno alemán, Böhl de Faber, era
una mujer de mucho entendimiento, escritora, lo mismo que su marido, a quien
eran muy familiares los primores de la lengua castellana. De este matrimonio
nació Cecilia Böhl, a quien debemos las mejores y más bellas pinturas de las
costumbres de Andalucía, novelista sin igual y de fama tan grande como merecida
dentro y fuera de España”.
Pues nada, aún me esperan cuatro novelas más
que leeré seguramente ya el año que viene. Antes me daré una vuelta –de papel,
se entiende- por Viena, Italia y la Patagonia, casi nada.
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