Cartografías de lo desconocido.
La Biblioteca Nacional es, felizmente, uno de
los sitios donde es más asequible entrar. No me refiero al precio que es
gratis, sino a que tan solo hay que pasar un detector de metales y acceder sin
más. No hay colas, nadie pide la documentación –aunque yo saqué el DNI- y todo
el mundo da un sonriente “buenos días”. La exposición está en la planta baja y
contiene libros, maquetas, dibujos y por supuesto mapas. Mapas antiguos, de
cuando existían enormes espacios vacíos y donde esos vacíos se llenaban, al plasmarlos
en papel, en dibujos de seres mitológicos o animales fantásticos. Son mapas
bonitos, artísticos independientemente de lo que representen. Ahora desde
cualquier teléfono inteligente podemos rastrear cualquier punto del globo y
descubrir un tesoro, una civilización olvidada o un nuevo afluente en una selva
perdida. Entonces, en la época de los descubrimientos, de Colón, Ptolomeo, etc,
todo se basaba en la ley del acierto y el error, y entre medias, años de y
avances o catástrofes.
En otro panel encontramos otra explicación, -uno de los grandes aciertos de esta exposición son los textos escritos en la pared-: “El mapa se ha convertido en la mejor manera de representar lo que escapa al ojo humano, el instrumento por antonomasia para cartografiar lo desconocido”.
Un manuscrito de Fray
Bartolomé de las Casas: “El día viernes que llegaron a una isleta de los
lucayos, que se llamaba en lengua de los indios Guanani. Luego vinieron gente
desnuda y el almirante salió a tierra”.
Hay un mapa curioso en el que Madrid es el
centro del planeta. En nuestra ciudad está clavada la punta del compás y a
partir de ahí los círculos concéntricos que llegan hasta Nueva Zelanda, las
antípodas.
Hay unas maquetas fabulosas en las que se
representa el mundo, pero en las maquetas no se representa el agua; es como si
se hubieran secado las aguas de mares, ríos y océanos. Es impresionante ver las
alturas de los Andes o del Himalaya, pero no menos las profundidades de las
Marianas.
Uno de los primeros
dibujos que nos encontramos es un guiño, los mapas del espíritu y de la vida.
Es una lámina a gran tamaño de diversos estudios de la anatomía humana. ¿Unos
esqueletos en una exposición de cartografía? Sí, y encontramos la explicación,
otra vez en los deliciosos textos: “Sirve además para cartografiar la región
más desconocida, la muerte, según los códigos y alegorías de la pintura de
vanitas”. Crisóstomo Martínez, entre 1680 y 1690.
En definitiva, una de las mejores cosas que se
puede hacer una soleada y fría mañana de Madrid.
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