No acostumbro a leer esta clase de novelas
pero alguna crítica entusiasta y el tema, la muerte de una madre, hizo que me
pusiera manos a la obra.
El libro se lee bien. Puede recordar un poco,
pero de forma mucho menos dolorosa y descarnada, a Cinco horas con Mario, de
Delibes.
Blanca es la protagonista de la novela y la
narradora. Y comienza por contar que ha perdido a su madre y que quiere hablar
de ello y de su recuerdo. De los recuerdos que le ha dejado su madre pero
también habla de ella, de sus amores (se sigue acostando con su ex), de sus
frustraciones, de sus hijos, de su trabajo, en fin, de su vida.
Utiliza mucho las frases efectistas que tanto
me gustan: “Una de las mejores maneras de descubrir los rincones secretos de
una ciudad, no los románticamente secretos, los de verdad improbables, es
enamorándote de un hombre casado”. Al parecer muchas de las vivencias que se
cuentan son autobiográficas; que tratándose de una novela, es donde más
verdades pueden decirse.
Hace observaciones muy acertadas y con las
que estoy de acuerdo: “La fuerza física de los hombres sólo debería servir para
darnos placer, para estrujarnos hasta que no quede ni una gota de pena ni de
miedo en nuestro interior”.
Una frase que también me ha gustado y que me
ha recordado que una vez la dijo Antonio Gala casi con las mismas palabras: “¿Sabes
una de las cosas más duras de hacerse viejo?” Me dijo un día. “Darse cuenta de
que lo que explicas ya no le interesa a nadie”.
Y una con la que estoy especialmente de
acuerdo; con pena: “Acabaremos siendo quienes somos, la belleza y la juventud
sólo sirven para camuflarnos durante un tiempo”.
En la novela su protagonista y varios
personajes más se establecen de manera temporal en Cadaqués y uno asiste a un
verano en tan aconsejable lugar del Mediterráneo donde pueden verse los
paisajes soleados, los olores a pescado, el mar…
Hay una escena en la que ella finge no ver a
un hombre que está cerca y que le gusta. Y hace una observación valiosísima: “Si
los hombres supieran la cantidad de veces que las mujeres nos pasamos esta
película, no se atreverían ni a pedirnos fuego”. O sea, del deseo que siempre
parece disimular mejor la mujer que los del otro género.
Las frases se suceden en una efectiva primera
persona que la hace estar muy cerca al lector. Sabe crear un ambiente de
confortable de intimidad.
Algunas veces deja traslucir un cierto
recuerdo ante la pesadez y el excesivo control que ejerció madre sobre hija,
pero al final subyace lo que siempre es una madre: un artefacto insustituible.
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