lunes, 14 de diciembre de 2015

MILENA BUSQUETS. TAMBIÉN ESTO PASARÁ.



 
  No acostumbro a leer esta clase de novelas pero alguna crítica entusiasta y el tema, la muerte de una madre, hizo que me pusiera manos a la obra.
  El libro se lee bien. Puede recordar un poco, pero de forma mucho menos dolorosa y descarnada, a Cinco horas con Mario, de Delibes.  
  Blanca es la protagonista de la novela y la narradora. Y comienza por contar que ha perdido a su madre y que quiere hablar de ello y de su recuerdo. De los recuerdos que le ha dejado su madre pero también habla de ella, de sus amores (se sigue acostando con su ex), de sus frustraciones, de sus hijos, de su trabajo, en fin, de su vida.
  Utiliza mucho las frases efectistas que tanto me gustan: “Una de las mejores maneras de descubrir los rincones secretos de una ciudad, no los románticamente secretos, los de verdad improbables, es enamorándote de un hombre casado”. Al parecer muchas de las vivencias que se cuentan son autobiográficas; que tratándose de una novela, es donde más verdades pueden decirse.
  Hace observaciones muy acertadas y con las que estoy de acuerdo: “La fuerza física de los hombres sólo debería servir para darnos placer, para estrujarnos hasta que no quede ni una gota de pena ni de miedo en nuestro interior”.
  Una frase que también me ha gustado y que me ha recordado que una vez la dijo Antonio Gala casi con las mismas palabras: “¿Sabes una de las cosas más duras de hacerse viejo?” Me dijo un día. “Darse cuenta de que lo que explicas ya no le interesa a nadie”.
  Y una con la que estoy especialmente de acuerdo; con pena: “Acabaremos siendo quienes somos, la belleza y la juventud sólo sirven para camuflarnos durante un tiempo”.
  En la novela su protagonista y varios personajes más se establecen de manera temporal en Cadaqués y uno asiste a un verano en tan aconsejable lugar del Mediterráneo donde pueden verse los paisajes soleados, los olores a pescado, el mar…
  Hay una escena en la que ella finge no ver a un hombre que está cerca y que le gusta. Y hace una observación valiosísima: “Si los hombres supieran la cantidad de veces que las mujeres nos pasamos esta película, no se atreverían ni a pedirnos fuego”. O sea, del deseo que siempre parece disimular mejor la mujer que los del otro género.
  Las frases se suceden en una efectiva primera persona que la hace estar muy cerca al lector. Sabe crear un ambiente de confortable de intimidad.
 Algunas veces deja traslucir un cierto recuerdo ante la pesadez y el excesivo control que ejerció madre sobre hija, pero al final subyace lo que siempre es una madre: un artefacto insustituible.
 

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