sábado, 5 de diciembre de 2015

DOÑA BERTA Y OTROS RELATOS. LEOPOLDO ALAS CLARÍN.



  Como ya dije más arriba éste es uno de los libros que rescaté antes de que un matrimonio de mediana edad tirara un montón al contenedor de residuos del punto limpio donde vivo. Es de la famosa colección que sacó RTV en los años sesenta y que todavía puede verse en muchas librerías de libros usados, como esos Seat 600 que todavía pueden verse, milagrosamente, deambular por las carreteras.
  Qué bien me ha venido leer un clásico como éste después de “sufrir” el de Spambauer. Qué riqueza de lenguaje, qué economía y a la vez qué fuerza en los efectos provoca en la mente del que lee. El libro está compuesto de once textos que van desde mini novelas, como la que da título al libro, a pequeños relatos e incluso a micro novelas.
  Doña Berta, una mujer condenada a la soledad de una casa aislada en la que ha atendido a padres y hermanos y que al final se han ido yendo y se ha ido quedando sola. Cuando ya creía estar condenada recibe una visita inesperada y tienen una aventura, pecaminosa, impensable en aquellos tiempos, y se queda embarazada. Y le amputan a su hijo porque no puede quedarse con él. Es simple, pero qué bien está contado.
  En Zurita se cuenta, al principio, el tormentoso y divertidísimo examen del protagonista enfrente del catedrático y de los otros estudiantes que se carcajean de su ridículo compañero. El examen es de filosofía y letras y enseguida se explican las vicisitudes de Aquiles, que es su nombre y el motivo de las primeras burlas. Enseguida se cuenta un poco su vida triste enfangada en los libros y la enseñanza, en la rutina de pensiones grises de comidas aburridas. De lo que le asustaba e imponía el Madrid de la época como le asustaba al propio autor. Y de cómo al fin consigue su querida cátedra para convertirse en un viejo pesado que lo único que parece hacer bien, antes de morirse, es cogerse borracheras monumentales y hacer una estupenda caldereta de pescado.
  En “Mi entierro” una partida de ajedrez sirve para hacer una comparación con la vida, en donde siempre se acaba con el jaque al rey.  
  En “¡Adios, Cordera!” se llevan a una hermosa vaca que parece saber que un día se la llevarán en el tren que pasa cerca del prado.
  En “El dúo de la tos”, dos solitarias mujeres parecen comunicarse a través de las ventanas con sus tísicas toses. Hasta que un día descubre, compungida, que una de ellas ha dejado de toser porque se habrá muerto o se habrá ido.   
  En “El sustituto”, se habla de lo que ha ocurrido muchos años en la pretérita España: el poder que tenían los pudientes para sortear el servicio militar y enviar en su lugar a pobres desgraciados dispuestos a morir en guerras lejanas.
  En “La perfecta casada” se cuenta la historia que tantas veces se contó en el diecinueve: la mujer lectora que sueña otras vidas al lado de un marido polvoriento y buen funcionario.
  En “La conversión de Chiripas” se cuenta la vida de un muerto de hambre que es rechazado en todas partes menos al final del relato, en una iglesia, donde un sacerdote lo acoge como monaguillo. “-Sí, no me avergüenzo; me he pasao a la Iglesia, porque allí, a lo menos, hay… alternancia”.
  En “Dos sabios”, dos eminentes eruditos académicos jubilados coinciden sin saberlo en un balneario. En los encuentros se evitan y hasta se detestan hasta que una casualidad, la llegada de las cartas, les hace reconocerse y entonces se animan a hablar y a respetarse, pero ya el tiempo de estancia casi se ha acabado.
  En “El entierro de la sardina” se habla de lo que puede influir, para mal, la estricta moral que ha impuesto en sus fieles la Iglesia carca y retrógrada.
  En “El rana” un ex combatiente de la guerra de Cuba despotrica de todo, de la burguesía de los políticos… “¿Qué era España? ¿Qué era la patria? No lo sabía. Música… El himno de Riego, la tropa que pasa, un discurso que se entendió a medias, jirones de frases patrióticas en los periódicos, Pelayo… El Cid… El Dos de Mayo…”.
  Quizá por eso que escribió toda su vida Clarín le sirvió a su hijo, también un Leopoldo Alas, para que los nacionales lo fusilaran en la Guerra Civil. No podían matar al padre que había muerto unas décadas atrás.

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