lunes, 5 de octubre de 2015

Hannah Arendt. Sobre la Violencia. Yasunary Kawabata. La Casa de las Bellas Durmientes.




 
  Estos son los libros que me llevé al Camino de Santiago portugués. La Casa de las Bellas Durmientes, de Kawabata, y Sobre la Violencia, de Hannah Arendt. Quizá un contrapunto, porque no puede haber libros más antagónicos. Lo único que los une es la finura y el poco peso de ambos. El llevar poco peso en las caminatas es un lujo que uno debe siempre supeditar a casi todo. T.E. Lawrence llevaba en sus viajes un ejemplar de Apuleyo, El Asno de Oro; Leigh Fermor llevaba siempre a Horacio consigo, etc.
  El desarrollo industrial en el siglo XX, la tecnología, hizo que la violencia alcanzara proporciones nunca vistas. De ese hecho reflexiona con sabiduría la escritora alemana, estadounidense y judía. Para su estudio se apoyó mucho en la obra de Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia: “Los problemas de la violencia siguen siendo muy oscuros”. En fin, un librito muy hondo que nos hace pensar en la esencia del hombre, que es en definitiva un animal con capacidad suficiente para destruir su propio mundo.
  El libro del japonés es un libro que parece contener gotas de opio. Los personajes, ancianos en el final de sus días, pagan por estar durmiendo en lechos donde jóvenes duermen también ayudadas por narcóticos. Ellos parecen absorber estando a su lado, esa energía juvenil que ya perdieron hace tiempo. Tienen prohibido tocarlas, pero entonces, uno de ellos se salta la prohibición y la inspecciona, a una de las varias que menciona. Utiliza una palabra varias veces para describir lo que ve, lo que observa: pulcritud. Y así es la prosa del Nobel japonés: pulcra, extraña, pausada, tranquila, como esos estanques donde flotan indolentes las flores del loto. Sí, pero a la vez nos muestra un inquietante contrapunto entre la sexualidad y la muerte. Un librito que leí casi de un tirón en el trayecto de tren desde Santiago a Madrid. Una paz y concentración mental que solo interrumpió la perorata incesante de la compañera de vagón sentada a mi derecha. Solo deseo que se enrolle con su interlocutor. Ya sería bastante el castigo.

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