Recorriendo por enésima vez la sección de historia de
la Casa del Libro, vi una apetitosa edición del año 2010 (de la prestigiosa
editorial Gredos) de La Guerra de las Galias, de Julio César. Ya la había visto
antes pero lo que suele pasar es que se queda dentro el deseo y cuando te pilla
débil… pues caes. Eso es lo que me ha pasado también, sin caer todavía, con la
historia de Cuba del gran Huhg Thomas. Imagino que el autor seguirá con sumo
interés las últimas novedades en la isla. Pero a lo que voy que me despisto.
El libro del político y escritor romano
fue escrito en el siglo I antes de Cristo pero parece que ha sido escrito en la
última edición de cualquiera de las mejores revistas de reportajes históricos
de la actualidad. Incluso con el mismo sensacionalismo contenido de los grandes
autores. El libro relata las siete campañas que el autor lideró por las tierras
que hoy en día componen los países de Francia, Bélgica, Holanda y parte de
Alemania, y un poco de Inglaterra. Leyendo algunos de los relatos de batallas
no he podido evitar recordar la primera y grandiosa escena de Gladiator. Cuenta
que muchas veces los soldados estaban aterrados por la perspectiva de
enfrentarse con rudos, agresivos y gigantes luchadores de Bretaña. Pero debió ser un gran
general y tener un potente ejército porque siempre consiguió la victoria. Siete
capítulos para siete años de campañas.
El libro es el
informe de un general que ama la escritura. Y se nota. Quizá se exceda en el
auto elogio y el de sus lugartenientes pero, ¿acaso no se ha hecho eso mismo a
lo largo de la lista de vencedores de guerras?
Se suceden
descripciones sobre el carácter y las costumbres de los enemigos. Sobre las
creencias de sus enemigos. Es curiosa la cercanía que existía entre los druidas
y los jueces. Tanta que casi se mezclaba. “Los druidas atienden al culto
divino, ofician en los sacrificios públicos y privados, interpretan los
misterios de la religión: a ellos acude gran número de adolescentes para
instruirse, y les tienen mucho respeto. Pues ellos sentencian casi todas las
controversias públicas y privadas y, si se comete algún delito, si ocurre
alguna muerte, si hay algún pleito sobre herencias o linderos, ellos son los
que deciden y determinan los premios y los castigos”.
Eso es conocer
al enemigo tanto como a los propios soldados. Si vas a matar a tu semejante al
menos saber de qué va. Aquí, en nuestras guerras civiles nos hemos matado entre
hermanos y pensábamos que tenían rabo y cuernos. Y así no se puede ganar guerra
que se precie. Y menos convencer.
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