Vaya, me entero a través
de esta editorial (Confluencias) de que los derechos de la obra de este
hispanista irán a parar a las arcas de Alahurín el Grande, que no es un
descendiente Omeya sino un pueblo de Málaga (al que me han entrado unas ganas
tremendas de ir). Allí está su fundación, el pueblo donde pasó los últimos
diecisiete años de su vida. Es una historia humana muy tierna. Cuando se sintió
demasiado viejo para valerse por sí mismo se fue a una residencia en Londres,
pero una campaña en Alhaurín, promovida por el alcalde y admiradores, donde le
ofrecieron cariño y cuidados, hizo que volviera. “Y en agradecimiento al pueblo,
el escritor donó al ayuntamiento el pleno dominio de todos sus archivos,
bibliotecas, obras, manuscritos, ficheros, fotografías, medallas y, en general,
toda clase de documentos que tuvieran relación con su condición de escritor,
así como también todos sus derechos de autor, sin limitación alguna".
Y ¿Por qué se vino a
España y se hizo hispanista? Porque su abuela trajo, siendo él niño, unas
postales de la Alhambra de Granada de uno de sus viajes y esas imágenes se le
quedaron grabadas.
Le costó establecerse en
aquella zona deprimida de la Alpujarra. Deambuló por muchas comarcas y aldeas y
al fin recaló en Yegen, donde con el tiempo llegó a considerar como su tierra,
su casa. Allí transcurren las deliciosas páginas de Al Sur de Granada.
El libro de sus diarios
no es más que un estrujamiento por editar toda su obra, sea esta la que sea,
como pasa con todos los escritores importantes. Me ha parecido una obra menor,
escrita por un jovencísimo británico recién licenciado y traumatizado por la
guerra. No obstante tiene párrafos dignos de subrayarse y de recordar.
El dolor de muelas en
las trincheras. ¿Se puede imaginar algo más cruel? “Antes de llegar, padecí el
más terrible dolor de muelas jamás imaginado. No sabía que tal dolor era
posible, y no entendí por qué no acabó con mi vida”.
También la sinrazón de
los seres humanos. Seres humanos que se consideran religiosos: “Uno se pregunta
cómo todas esas personas que aceptan la guerra escudándose en algún pretexto,
pueden albergar unos corazones tan helados. También me pregunto cómo pueden
engañarse diciendo que siguen las enseñanzas de Cristo”.
Llegando al desencanto
en cualquier forma de democracia o dignidad. “Los seres humanos nacieron para
que los traten a patadas. Lo aceptan con sumisión absoluta, algunas veces
lloriqueando, otras meneando los rabos. Les encanta que les premien con un
viejo hueso para roer”.
En Relato de un
superviviente, escrito ya en su madurez, recuerda lo que le costó adaptarse a
tener el mando de un puñado de hombres. “De manera casi inmediata, me vi
sometido a una dura prueba. Al tercer día de mi llegada, tuve que poner a mi
compañía a desfilar porque los demás oficiales estaban ausentes en otras
campañas. Tuve que gritar las órdenes correctas, instruir y dirigir las
maniobras de mi compañía y saludar con la espada. No sé cómo lo hice, pero no
hubo nada en todo el transcurso de la guerra que me asustara tanto”.
En “Ésta es mi tierra”
(impagable la web de RTVE) un viejísimo Gerald Brenan se sincera con el
periodista. Está decrépito. Sentado en una butaca mientras saborea un
cigarrillo. “He sido feliz. Ahora no tanto porque sé que dentro de poco estaré
muerto y eso da mucha pena, pero he sido feliz aquí”. Qué pena. Brenan murió en
enero de 1987 y cedió su cuerpo a la ciencia. Estuvo sumergido en una bañera de
formol hasta el 2001 en que fue enterrado en el cementerio de Málaga junto a su
mujer Gamel. Qué grande y qué pocos libros suyos nos han llegado.