lunes, 14 de septiembre de 2015

RAMÓN ANDRÉS. JOHANN SEBASTIÁN BACH. Los días, las ideas y los libros.




  A través de los libros que dejó Bach en herencia –unos ochenta libros- Ramón Andrés traza la personalidad y el pensamiento del gran músico alemán. Enseguida se aclara que pudieron ser muchos más los que se encontraban en su casa pero que por su poco valor no formaron parte del inventario testamentario.
  Si me decidí por comprar y leer este libro en la siempre elegante y magnífica edición de la editorial Acantilado, fue por la absoluta pasión que me inspira su música. A veces he pensado que si alguien del futuro intentara estudiar mis gustos y sensibilidades atendiendo a la música que tengo en el ordenador, por ejemplo, se haría un buen lío. Tengo todas las cantatas de Bach, sus suites, sus conciertos para piano interpretados por distintos pianistas. Pero también tengo flamenco, salsa cubana, música africana… Lo que no cabe duda es que Bach debió ser un hombre especial de su tiempo.
  Y también me ha gustado leer de la pluma de este enciclopedista de la música que es Ramón Andrés el siguiente párrafo que viene a avalar lo que acabo de decir: “Es utópico creer que los estudios biográficos y el análisis de las obras ayudan a desvelar las interioridades de un ser humano; tarea imposible, porque la distinta actitud ante las mismas cosas a lo largo del tiempo y la inconstancia de ánimo nos caracterizan como especie. Contar la vida ajena, opinar sobre ella, es cultivar el equívoco. Por eso en muchos aspectos el autor del arte de la Fuga, pese a su celebridad, sigue siendo un desconocido. Nunca sabremos quién fue realmente, del mismo modo que no sabemos quiénes somos sus oyentes ni en qué lugar nos sitúa cuando se escucha o interpreta su música”.
  Por esto mismo en cierta ocasión entablé una discusión sobre si Bach era un creyente atendiendo a su música o no. (Hace pocos días he leído en la prensa las declaraciones de un director teatral: “Cómo no va a existir Dios si está en la música de Bach”. Está bien, de existir se parecería indudablemente a la idea que nos podemos formar de Dios. Pero el mismo Ramón Andrés dice en un acertado párrafo: “Este asunto ha despertado controversias en los años, y no es nuevo que unos deseen ver al compositor como un devoto que hizo de la música una profesión de fe, y que otros lo conciban como un hombre eminentemente práctico, que compuso tal cantidad de música eclesiástica porque así lo exigía su trabajo”.
  En cualquier es algo práctico para los fines de la iglesia: “Lutero estaba convencido de que la música, además de ser una transmisora de la Palabra divina, servía de reclamo a unos parroquianos que, poco a poco, según confiesa el prefacio, van dejando las iglesias desiertas y vacías”.
  El libro dispone de sabrosas citas tales como “Si ha quedado un libro abierto sobre el escritorio, el universo seguirá teniendo un espejo en la tierra”.
  Cierra el volumen una serie de mini biografías de todos los que tuvieron el privilegio de compartir su tiempo con el inmortal compositor. Lo dicho: un erudito enciclopedista de la música.

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