sábado, 19 de septiembre de 2015

CAMINO DE SANTIAGO. DEL 8 AL 12 DE SEPTIEMBRE DE 2015.



  
  1.- Ocho de septiembre. Viaje. Mi pretensión es hacer el recorrido de O Porriño a Santiago en tres etapas, ciento y pico kilómetros, y para ahorrar un día de hotel aprovechar la noche para viajar. El tren hotel sale a las 22:30. He salido de casa con mucho tiempo, por si acaso. El salir con mucha antelación es un rasgo potente y enfermizo del carácter de una persona. Me gusta sentir esos nervios que a uno se le instalan en el estómago ante la aventura de emprender un viaje. Y, efectivamente, estaba nervioso. Después de salir a las 20:00 y de llegar a Colonia Jardín a las 20:30, tomé sin problemas la línea diez del metro. Me bajé para hacer trasbordo en Alonso Martínez. Error. La línea diez va directo a Chamartín pero con los nervios vi mal el plano y entendí que debía ir hacia El Pinar de Chamartín. Enseguida me di cuenta de que iba mal, cambié de nuevo de vía y emprendí el camino correcto. Tenía tiempo más que de sobra pero este incidente me puso aún más nervioso.
  A esas horas la estación de Renfe está medio despoblada. Los comercios casi todos cerrados. Tan solo una cafetería, de aspecto destartalado y sucio, permanece abierta. Pienso que me vendría bien tomar una cerveza antes de coger el tren para intentar dormir. En la barra solo hay tres mujeres con niños y con jarras de cerveza en la mano. Me da apuro comerme el delicioso bocadillo de jamón serrano que me he preparado desde casa, así que cuando termino mi consumición me siento en la sala de espera y doy cuenta de él. El tiempo pasa rápido y enseguida veo que mi tren espera en la vía 14. Las cabinas son diminutas pero al menos individuales. Una de mis principales preocupaciones era imaginar un acompañante en un sitio tan pequeño. ¿Qué si no es el deseo de emprender un viaje en solitario que disfrutar de la soledad? La cabina tiene un pequeño lavabo y una cama como de prisión preventiva. Suficiente para poder echar una cabezada. Son ocho horas por delante. El enchufe es tan antiguo que voy a preguntar si vale. El azafato me pregunta con fuerte acento gallego: ¿Oye, tú de dónde has salido?, claro que vale. 




  Hay un vagón, para los que vamos en coche cama, lleno de mesas con sus correspondientes bancos, como los trenes de lujo pero venido a menos. De hecho el tren tiene ya una antigüedad de veinte años. Ahí saco mi cuaderno y anoto mis primeras impresiones. Se ven las cuatro torres gigantes de Madrid. A estas horas iluminadas con luces eléctricas en rojo, azul y violeta.  Cuando me canso de escribir saco de mi bolsa uno de los dos libritos que he llevado para leer: Sobre la Violencia, de Hannah Arendt. Como decía no sé quién: no ha habido ni un minuto de paz desde que el hombre es hombre.
  Pronto el brillo de la zona de los rascacielos desaparece y se suceden bloques de viviendas donde miles de seres humanos se disponen a cenar, ver televisión, acostarse… Y yo solo emprendiendo un viaje de placer. Eso me da aún más sensación de libertad.
  Hay una joven pareja negra que al parecer han subido al tren sin el billete adecuado. No entiendo cómo han pasado por la cabina de control. El supervisor se desespera pero mi azafato le tranquiliza: si no tienen sitio que hagan el viaje en la cafetería y en paz.
  Mi pretensión de ir durmiendo todo el viaje para llegar fresco a la estación de O Porriño y salir desde allí, se ve pronto frustrada. He apagado la luz pero a los pocos minutos me asaltan angustiosas dudas: ¿Llevo la dirección del hotel de Pontevedra? ¿Dónde he dejado las gafas? ¿Me las he dejado en la mesa? ¿He avisado al azafato para que me despierte? ¿Me pasaré la estación? ¿Lloverá? ¿Saco el poncho y el chubasquero para tenerlo todo preparado? Intento tranquilizarme. En las curvas todo el peso se va hacia los pies o hacia la cabeza y duermo a sobresaltos. Sin embargo duermo a trompicones y hasta llego a soñar.  Me esperan en pocas horas treinta y cuatro kilómetros. Quizá lo que me pase es que de todas las situaciones imaginadas, el bajar en esa estación desconocida, a esas horas tan tempranas, sea la más angustiosa.
  El revisor me despierta, como dijo, veinte minutos antes de llegar. Seis y diez. A los cinco minutos estoy listo para salir y espero ansioso. Me voy a la sala de las mesas para que se haga más amena la espera. Allí están el azafato y al parecer, por su forma de vestir y por la conversación, el responsable del tren. 
  El momento al que más podía temer es justo al bajar del tren. Noche cerrada y al menos hora y media para ver algo de claridad. Nadie por las calles. El camino no está nada claro porque es todo seguir la carretera. Me había puesto una sudadera encima de la camiseta pero como iba rápido enseguida entro en calor y la guardo en la mochila. La perfecta Salomón que me volvió a prestar D.
  Un repartidor me habla mientras me cambio la camiseta. Le hace gracia encontrar a uno de Madrid a esas horas haciendo el camino de Santiago. Parece pensar: “Hay gente pa tó”.
  Cuando clareaba el día detrás de las montañas de mi derecha, no quise hacer caso de una de las indicaciones de las típicas vieras amarillas que indican el camino. Me pareció que se internaba demasiado en una población. Para estar lo menos posible fuera del camino equivocado aceleré aún más el paso. Y al poco me encontré dentro de un bosquecillo en el que se acababa la senda. A la derecha escuchaba la carretera y vi, acercándome por el talud, la vía del tren. Subí por él con dificultad, y después de saltar el quitamiedos de la carretera, comencé a ir peligrosamente por el arcén. Cada vez pasaban más coches y camiones. Uno, debido al rebufo, consiguió arrancarme la gorra de la cabeza. Sabía que el camino correcto discurría paralelo a la izquierda, como a doscientos metros, pero en Galicia es difícil salirte del camino. Todo son pequeñas poblaciones privadas con su huertecito y sus vallas. Decidí seguir la carretera hasta Redondela. Allí tenía previsto desayunar. Pocas veces he tenido tantas ganas de tomar un café y unas tostadas. Llevaba ya casi tres horas caminando y después de una curva a la izquierda en una bajada interminable llegué a esta población tan bonita, enmarcada en el borde de la desembocadura del río Alvedosa, con la ría de Vigo a su izquierda.

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