jueves, 16 de abril de 2015

ART DECÓ Y UNA DE RATAS.





  Ayer día 15 de abril, aprovechando una larga estancia de S., en el dentista (toda la tarde), en el elitista barrio de Salamanca, decidí visitar la exposición de la Fundación Juan March sobre más de trescientas piezas del llamado Art Decó. Objetos que van desde grabados, carteles, pinturas, dibujos, artículos de tocador, tarros, telas y muebles. Antes, para hacer tiempo, me di una vuelta por las calles de los alrededores. Me gusta ver los escaparates coquetos, algunos venidos a menos por la crisis; cafeterías y restaurantes de diseño, tan modernos que da un poco de grima entrar, pastelerías difíciles de evitar, husmear por las escasas librerías que van quedando. 

 
  Voy a menudo a la Fundación J.M. porque defiende lo que siempre he admirado de otros países: la facilidad para el acceso a sitios culturales. Uno llega a la puerta, entra y nadie le dice nada. Hay vigilantes, lo normal, pero parecen más amables y serviciales que otros museos de más peso. La bienvenida la da una forja para una valla hecha de hierro y bronce. Cuadros de Juan Gris y Picasso. Una madre enseña a su hijo por qué las cosas que muestran los cuadros no están como deberían estar; cada cosa en su sitio. Le explica que el artista descompone las formas y que luego el pintor las coloca de manera más divertida. Yo creo que el arte no es para enseñarlo a los niños. Los niños tienen que estar en la calle desollándose las rodillas. 


   Me gusta especialmente la encuadernación preciosista de los libros, dibujos trabajados con técnicas mixtas (me gusta ver dibujo y pintura porque me entran unas ganas locas de ponerme manos a la obra. Esto me dura poco al comprobar, una vez más, el poco talento que ha dejado la naturaleza en mí), carteles de los últimos número del Vogue, un dibujo de grandes dimensiones en carboncillo donde se ve una lucha entre un leopardo y una serpiente. 

 
   He coincidido en varios sitios con Enrique Mújica Herzog que parecía no estar muy interesado; todo lo contrario que su incontenible mujer. También he coincidido en todo el recorrido con una mujer que, algo más joven que yo, era de las personas menos viejas presentes. Hemos ido en paralelo. Si ella estaba viendo detalladamente un dibujo, al instante lo veía yo y al revés. Si contemplaba un cuadro protegido por un cristal, la veía a ella reflejada en el mismo justo detrás de mí. Yo la miraba de reojo y notaba que intentaba no alejarse mucho. Aunque quizá eran solo sensaciones mías. Pero es que luego, en el hall de la salida, en los alrededores del mostrador de la tienda también hemos estado revoloteando como dos jilgueros nerviosos. Pero como no tenía mucho tiempo decidí dejarlo estar y me senté a leer la guía en un poyete de fuera. Al rato salió a su vez y se paró ante mí para mirar su teléfono móvil. Estoy seguro (o es tan solo una poderosa intuición) que me hubiera aceptado un café. Le habría preguntado si le había gustado y si había visto la Casa Lis de Salamanca donde hay una exposición permanente y preciosa de arte decorativo. Al final, con paso lento se fue alejando sin parar de mirar su pantalla. Mejor así…
 Y a por las ratas.
  Allá por la frontera del nuevo milenio leí “Nuestras Hermanas las ratas”, de Michael Dansel. Soy miedoso pero enfermizamente interesado en su mundo, y hoy, leyendo diferentes cosas, me he topado con tres menciones a dichos roedores. Quizá sea un homenaje a esta frase del surrealista autor francés: “Mi vocación de ratólogo se apoya en un largo y minucioso trabajo que consiste, desde hace muchos años, en clasificar en una habitación, a la que llamo mi ratoteca, el más mínimo documento, la más mínima información, sobre ese fecundo múrido”. Creó así la Academia Internacional de la Rata. 
 

La primera se refiere al video en el que se ve una rata de lo más activa en un entorno tan poco previsto como la recepción de un hospital de Barcelona. La rata husmea por el mostrador, por los rincones y, ya consciente del que graba la escena, definitivamente buscando una salida. Para ello salta, corretea como si tuviera ruedas en las patitas, va de acá para allá y al final sale a otra zona menos vigilada. Esto también ha servido de munición política.
La segunda tiene que ver con una noticia en la que se ve en la pantalla de una ambulancia del Samur un anuncio que dice: “Rata de grandes proporciones no colabora”. Y es que hay personas que llaman a la ambulancia, a los bomberos o al ejército!! en cuanto ven la sombra de uno de estos escurridizos animales. Cuando acudieron no había ni rastro pero el vecino pasó el rato.
Y la última tiene que ver con el libro que leo estos días: La biografía de Leigh Fermor escrita por Artemis Cooper. Cuenta que un amigo les dejó un castillo en Roma para vivir con su compañera Joan. Un castillo sin la menor comodidad. “Un día Paddy contempló cómo una rata atravesaba las defensas que Joan había organizado alrededor de un plato de mantequilla. Le arrojó un libro (The age of elegance, de Arthur Bryant). La rata no pareció demasiado molesta y preparó otro asalto a la mantequilla tan solo unos minutos más tarde. Pasado un mes, la multiplicación de ratas, hormigas y escorpiones les había hecho emprender la huída”.
Los poco informados tienden a la simplificación de los asuntos, de los problemas, de las explicaciones.

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