Mañana
luminosa y bulliciosa en el Rastro. He llegado en el metro leyendo el dietario
de Pla recién editado. 1956, 1957 y 1964. En cada entrada un apunte sobre el
clima y otro sobre lo que ha dormido o sobre lo que ha dejado de dormir, el
insomnio. Lo del insomnio no me extraña: “13 de septiembre… Llego a casa
cansado de hablar y a las diez y media estoy en la cama”. “14 de septiembre… La
masía. Me levanto a las dos y media… Voy a Palafrugell a media tarde y me
despido de Bonal…”. Cómo no va a sufrir de insomnio durmiendo tantas horas. Ya
no recuerdo la última vez que dormí seis horas seguidas. Me gustan sobre todo
las entradas que hablan de gastronomía o de los libros que lee.
Las calles están llenas de gente. He quedado con mi hermano y con V. y
su chica en el mercado de San Fernando. Un domingo al mes lo llenan de música
cubana. Está a reventar. A pesar de que es grande el sitio y de que tiene los
techos altísimos se puede mascar la atmósfera impregnada de cerveza. Pero es
agradable. La cerveza es de calidad superior: nos tomamos una doble malta rubia
y otra morena.
Voy solo a dar una vuelta por el interior porque he leído en internet
que tienen un puesto de venta de libros al peso. Es exactamente eso: donde
podrían vender pescado o tomates, venden libros que una vez elegidos los pesan
en la báscula a diez euros el kilo. A pesar de que veo algo interesante como
uno de relatos de Ramón J. Sénder decido no comprar nada. Me da pena. Un poco
de dignidad.
Hay tanta gente bailando que no se
puede entrar en la pista a pesar de que hay infinidad de mujeres dispuestas a
dar unos pasos. Le comento a mi hermano que si no como me voy a empezar a
marear. Una chica me escucha y me acerca un trozo de empanada. Amabilidad y
simpatía. Nos reímos mucho. Hay algunas mujeres realmente hermosas en las que
la proporción entre la cintura y las caderas es imposible, maravillosa. Lo
saben y lo explotan, claro. Mi hermano me presenta a una mujer de mediana edad
diminuta; rozando el enanismo. Pero tiene un encanto y una seguridad en sí
misma que asombra. Me gusta el sitio. A las tres se acaba la música y decidimos
tomar algo por ahí. V. conoce un sitio algo cutre pero en el que ponen unos
calamares deliciosos. Buenos y con patitas, como dice mi madre. Una ración cada
uno con abundante cerveza y un pan delicioso. No necesito más. Luego vamos a
tomar un café a otro sitio y un trozo de tarta de queso. Allí nos encontramos
con M. la hija de B., amigo de la infancia de mi padre, y una amiga suya, a la
que no veía desde hacía décadas. Estamos cambiados pero nos decimos con
sinceridad que nos mantenemos. Diálogo agradable. Les decimos que dentro de un
mes volveremos al mercado de la salsa. Nos prometen que irán aunque confiesan
que no saben bailar. Es igual, merece la pena por el ambiente; y por la
cerveza.
Después de un agradable paseo regreso a casa en metro. Un buen día que
todavía no ha acabado. Ahora clase de bachata y salsa. Menos mal que mañana es
lunes, nos adentraremos en la rutina y podremos descansar.
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